CON EL RITMO trepidante y acelerado que nos ha tocado vivir. Con la disparidad de horarios que suele haber entre los distintos miembros de una familia. En una época en que el padre y la madre tienen que salir los dos a trabajar fuera -y dar gracias si ambos tienen trabajo-, en realidad, ¿es posible comer en familia? Pienso que es una aventura nada fácil de vivir, por lo difícil que resulta conciliar los dichosos horarios.

Sin embargo, compartir la mesa con los nuestros es la clave para garantizar la salud física y mental de la familia y fortalecer los lazos familiares. Qué duda cabe de que la calidad de la dieta es mejor: los niños consumen más frutas, verduras y, sobre todo, vitamina T (tiempo dedicado a ellos); toman menos grasas de mala calidad que suponen hábitos de alimentación más sanos; y los niños aprenden, por imitación de sus padres y de otros miembros de la familia, a comer de todo y bien.

Como se sabe, comer juntos en familia no es sólo saciar el hambre o satisfacer la necesidad natural de alimentación en torno a una mesa. Sentarse a la mesa en familia tiene, o debe tener, un significado mucho más trascendente: el de la comunicación. Escuchar a los demás y expresar nuestros sentimientos para que nuestros hijos también aprendan a expresarlos. Contar con los demás. Es una oportunidad maravillosa para transmitir todo tipo de valores -a mí me gusta más llamarlos virtudes humanas-, como paciencia, generosidad, delicadeza, respeto, tan necesarios para la convivencia diaria.

En un estudio de Marla E. Eisenberg, de la Universidad de Minnesota, se concluye que en las familias que realizan una comida diaria juntos mejora la relación padres-hijos, aumenta la calidad del estudio de los adolescentes y disminuye el número de consumidores de drogas y alcohol, además de reportar otros beneficios como la prevención de la anorexia, la bulimia y la obesidad.

Por lo que, a pesar de la dificultad de horarios que ya me refería al comienzo, hay que lograr hacer al menos una comida juntos: almuerzo o cena y o, al menos, el desayuno. Si no hay otra posibilidad, desayunar juntos todos los de casa es una manera de comenzar el día, comentando los planes, el trabajo o las clases: las pequeñas preocupaciones de la tarea que nos espera. Esto anima y ayuda a partir para el trabajo o el estudio con mejor humor.

Tal vez la cena juntos tenga mayor encanto, por aquello de que "el día se ha terminado"; supone la vuelta a casa con la satisfacción de haber realizado o resuelto las actividades que teníamos previstas -e incluso algunas imprevistas-, y dejamos de pensar en lo que se haya tenido que dejar para el día siguiente. Todo ello se comenta cenando: cómo nos ha ido el día, nuestros logros o pequeños fracasos; si se ve a alguien preocupado tratamos de animarlo o si ha alcanzado algún éxito relevante lo felicitamos y lo celebramos. Por lo general, siempre se puede terminar con una sobremesa o una pequeña tertulia.

Como mi mujer siempre trabajó fuera y teníamos cuatro hijos que, a diario, solían comer en el colegio, desayunábamos y cenábamos juntos. Los fines de semana dependían de las actividades extraescolares de los chicos; pero el domingo, que todos esperábamos con ilusión, al desayuno, almuerzo y cena no faltaba nadie. Además, la sobremesa y la tertulia siempre se alargaban más.

Esto tendría que ser algo normal en la vida familiar -sin ningún tipo de solemnidad, como hace años-. Hay que convertirlo en un encuentro amable y agradable, en el que se debe fomentar el reparto de tareas: desde preparar la comida a poner y recoger la mesa. Es fundamental que el televisor y los móviles estén apagados: así todos pueden centrarse en ese momento único, sin distracciones. Momento que tiene que ser para pasarlo bien en familia: por eso hay que ser positivos, y no aprovecharlo para echar "sermones" ni dar la lata a nuestros hijos por los modales en la mesa.

Estas comidas y tertulias familiares serán algo que todos recordaremos con nostalgia con el paso de los años. Muchos tenemos la satisfacción de verlas actualizadas y mejoradas, en la propia vida familiar de nuestros hijos, con su marido o con su mujer y con sus hijos. También es de agradecer que se empeñen en reservar un lugar de preferencia en la mesa para los abuelos cuando les visitan.

y profesor emérito del CEOFT