DICEN que iba uno caminando por la calle, concentrado, pensando en sus cosas, y un elemento desconocido, confundiéndolo inocentemente, lo tocó en el hombro. ¡Pa´qué fue aquello! Respondió inmediatamente hecho un basilisco: "Pues anda que tú, imbécil de mierda".

Es lo mismo que puede estar aconteciendo en las calles y en los ambientes profesionales de nuestras aglomeraciones. La gente va a la defensiva y basta una pequeña chispa de incomprensión -a veces ni eso- para que se encienda la hoguera con el "Hulk" o el doctor Jekyll que todos llevamos dentro, apareciendo sorpresivamente con aquel que no corría, volando, y tú detrás con el mazo dando. La hipocresía parece ser la madre de todas las manifestaciones sociales, y aquel que pone dentro del potaje de perros (berros) algo de comprensión hacia otras posturas diferentes o acepta el perdón por los errores es tachado sin piedad de blando por los campeones de las dobles mediciones y de las palabras hirientes colocadas por los guardianes de la fe.

El concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Santa Cruz dijo que le hubiera dado hipotéticamente en sentido figurado "un tonicazo" -pedrada- a un manifestante que acudió y tomó la palabra en la protesta del pasado 9 de enero contra el PGO de la capital. En algunos programas de televisión -mira que se tiran pedradas en el programa de D. Risto Mejide, por ejemplo- se reparten cucharas de palo, orejas de burro o trofeos del esperpento a quienes creen que ganan en el jaleo o hacen el indio contratando a agitadores profesionales. ¿Se acuerdan del aviso de bomba por el que se suspendió el primer pleno?, ¿se acuerdan de los amagos de agresión en el segundo pleno? Pues, probablemente, cuando se busca sea la otra cara del desquiciamiento. Se impone para todos el "Frenadol", el pensar con la mente. D. Hilario Rodríguez ya pidió disculpa/s.

Cualquiera se equivoca. Conduciendo, a la mínima que te detengas, el de atrás te tocará la pita o te meterá una bulla. Vacinilla, papa frita... En los negocios, y a pesar de la mayor educación comparativa, se corta por lo sano y más que discutir o estar peleándose con nadie te dejan de pagar o pagando en vacío, quedando tan colgado como los elefantes que se columpiaban en el filo de una rama. Bronca va, bronca viene, dice que los alemanes están todo el día en los negocios cabreados unos con otros. Vamos por el mismo camino.

La situación imaginaria del medio chiste que conté al principio puede servir para escenificar el nivel de pérdida de nervios en el que parece desarrollarse una parte de la vida actual. Todos vamos a lo que vamos, corre que te pillo, como en estampida, y al pobre que se cae le pisamos hasta la cabeza. En un fenómeno que parece ir a más, hay quien quiere sólo armar follón. Me acuerdo una vez en una dinámica empresarial que le dije a alguien que saliera de mi despacho, y como no lo hacía me levanté llegando a su altura y empujando levemente su brazo, a lo que empezó a gritar: "¡Me está pegando!, ¡me está pegando!", con lo que me eché para atrás y me senté a la espera de testigos.

Claro, necesitamos escandalizarnos en privado y de ahí el éxito de los programas de cotilleo y desplumado público en los que los unos con los otros escenifican batallitas y se ponen verdes continuamente a todas horas. En el paraíso de los cotilleos, antiguamente el interés afectaba a la vecina ligera o al nota raro de la casa terrera. Ahora que si la Campanario, que si Julián Muñoz, que antes lo fue el Dioni, que si disputas de herencias, que si malos tratos, follones familiares, la nariz nueva o el traje de novia. Señor.

Una cosa lleva a la otra. Sacarle puntas a los famosos y famosillos lleva también a la tentación de sacárselas a la esposa o al marido, a los hijos o a los padres, a los vecinos, sin meditar demasiado sopesando razones. Lleva en ocasiones a la toma de posición brutal y al enconamiento de posturas. Se traspasa a la sociedad carencia total de valores y con lo complicados que son los sentimientos y los cauces en los que se manifiestan se llega con un personaje al cielo y con la misma argumentación al infierno.

¿Qué me dicen de lo de Karmele?