A LA VISTA de cómo funcionan últimamente las cosas, todas las cosas, en la capital chicharrera, tendremos que convenir que esta ciudad no es nada placentera para vivir (cómoda, como alguien tiempo atrás trató de vender). Al contrario, la situación interna del gobierno municipal invade las calles transmitiendo, de manera sistemática, imponderables que rozan ámbitos enojosos. El ciudadano, que sufre desde hace siglos una adormilada (es una expresión menos dura) contemplación de lo que pasa a su alrededor, comprueba con demasiada frecuencia cómo sus representantes políticos lo ignoran olímpicamente y lo que espera de ellos se hunde en una inepcia generalizada que termina, como mínimo, en un formidable repaso a la lista de epítetos y maldiciones que lleva consigo para dedicarlos, cariñosamente, a aquellos que viven detrás de una ventanilla o de un despacho. En la actualidad, para no perder el tiempo en denuncias, se dirige, infructuosamente, a la policía que, de vez en cuando, transita por las calles y les comenta que ya no se puede pasear por Santa Cruz no sólo por los coches y el horroroso tráfico, sino que una nueva alarma se ha instalado en la ciudad: las bicicletas descontroladas que ponen en peligro a los que eligen caminar por las estrechas calles peatonalizadas por el Plan Urban para, en teoría, solaz del ciudadano.

Esta es, sucintamente, la descripción de una fresca situación que se vive no únicamente por las calles céntricas de Santa Cruz, sino por algunas vías donde se confunden coches, peatones, bicicletas, patines y demás artilugios que genera la invención de la chiquillería. Bajar, o subir, la calle del Castillo se ha convertido en un auténtico riesgo. Las bicicletas pasan a velocidades de vértigo. Cualquier fallo, el más pequeño despiste, puede terminar, como así ya ha sucedido, en accidentes que, de ninguna de las maneras, debieran producirse. Puntualicemos que no somos enemigos de este vehículo. Pero sí creemos necesario recordar una serie de normas que estos usuarios, sin duda por desconocimiento y, a veces, por imprudencia, deberían de tener en cuenta por su propia seguridad y por la de los demás, los que callejeamos la incómoda capital.

El Reglamento General de Circulación, en su artículo 122, dice que "la circulación de toda clase de vehículos en ningún caso deberá efectuarse por las aceras y demás zonas peatonales"; el 168 explica que "el paso de ciclistas sobre la calzada debe estar marcado por dos líneas transversales discontinuas y paralelas"; el 22 recuerda que "se debe disponer de un sistema adecuado de frenado que actúe sobre las ruedas delanteras y traseras y un timbre como aparato acústico"; el 121, al que rogamos presten aún mayor atención, aclara que "los que utilicen monopatines, patines o aparatos similares no podrán circular por la calzada, salvo que se trate de zonas destinadas a ello y sólo podrán circular ¡a paso de persona por las aceras o por las calles residenciales debidamente señalizadas! (los signos de exclamación son nuestros); "la circulación de toda clase de vehículos en ningún caso deberá efectuarse por las aceras y demás zonas peatonales".

Es probable que los policías que atendieron, amablemente, al atribulado peatón, entusiasmados en redactar multas, hubieran olvidado este resumen del Reglamento de Circulación. Nos tememos que sí, porque de aplicarlo someramente no se producirían los espectáculos peligrosos que se observan en nuestras calles y vías en general. A la vista, pues, de la normativa existente, podemos manifestar que la mayoría de los ciclistas de esta tierra no observan los artículos referidos a la velocidad, y que, además, incumplen con las condiciones técnicas tanto del conductor como del propio vehículo, dado que el primero debe de ir provisto de un casco protector y la máquina de una serie de aparatos de alumbrado, tanto en su parte delantera como en la trasera, así como entre los radios de las ruedas. Debemos destacar, por otro lado, que Santa Cruz de Tenerife, que se enorgullece de tener tratamiento de Gran Ciudad y en este sentido cuenta con una serie de órganos y funcionarios para dicha categoría, no disponga, incomprensiblemente, de una Ordenanza Municipal para el uso y circulación de bicicletas como en el resto de las grandes ciudades españolas. El controvertido PGO no contempla estas nimiedades. Sus redactores han olvidado, absortos en beneficiar magistralmente al ciudadano, acondicionar, por ejemplo, el tramo que va desde el Palmétum hasta Las Teresitas. Total, una bicicleta...