En ocasiones sientes la necesidad de contar una experiencia de las que contribuyen a formar tu propia personalidad, y quieres hacerlo en caliente, sin dejar pasar el tiempo, procurando no omitir nada de lo sucedido, sin que los contornos se difuminen o que, por el contrario, la repetición en tu memoria, una y otra vez, convierta en batallita del abuelo lo que realmente resulta ser despreciable y reprobable.

Sucedió la mañana del lunes 18 de enero, un poco antes de las doce y media, en una de las calles descendentes, próximas al estadio Rodríguez López.

Había quedado allí con un conocido para realizar una visita, y hacíamos tiempo esperando a que llegase la hora que ya he señalado. De pronto, comenzamos a escuchar una mezcla de gritos e insultos, y el estrépito que produce la rotura de una botella lanzada con fuerza contra el borde de la acera, todo sin solución de continuidad. Como no podía ser menos, el incidente llama poderosamente nuestra atención.

Un individuo de no más de treinta años, con una frondosa melena de rizos negros y no mal trajeado, pero con nulo control de sus actos, camina a la par de una mujer rubia, menuda y posiblemente de una edad parecida a la suya, a la que no deja en momento alguno de insultar. Hay un pequeño quiosco en la zona, y al sobrepasarlo se acerca a ella el energúmeno y, con las dos manos a la vez, la golpea en ambas mejillas, no con fuerza, no son bofetadas, pero sí parece advertirle de que podrían serlo.

La persona que está a mi lado ya ha llamado en ese momento a la Policía Local, donde escuchan, supongo, con atención sus palabras y dicen tomar nota.

Curiosamente, mire usted por dónde, a cada lado de la calle, y muy próximas a nosotros, hay dos motocicletas de esas que lucen un faro azul elevado en su parte posterior, y que normalmente se considera que pertenecen a los agentes del orden; ahora están bien aparcadas, pero tristemente solas.

Mi acompañante ha terminado de hablar y, cuando va a guardar el móvil en su bolsillo, se nos acerca un individuo de unos veintitantos años y nos dice tan tranquilo que la gente no tiene que meterse en los asuntos de los demás, que cada cual debe arreglar sus problemas, y por tanto no estaba bien eso de llamar a la Policía. Ciertamente, habíamos visto que este elemento y otro que estaba todo el rato con un móvil en la oreja, cosa hoy mucho más habitual que no tener celular que rascar, miraban lo que sucedía igual que lo hacíamos nosotros, pero en ningún momento nos fijamos especialmente en ellos; no nos llamaron en modo alguno la atención.

A todas estas, la pareja seguía subiendo la calle, ahora cada uno por una acera, el caballero por la de la izquierda continuaba soltando sapos y culebras por esa boquita, mientras la mujer parecía hacer oídos sordos a la escatológica letanía que proseguía dedicándole el insultador. Las dos motos permanecían en su sitio y en la mayor de las soledades.

Entramos en el edificio a visitar y, llegando a nuestro destino en uno de los pisos sextos, comenzamos a oír penetrante música de dos sirenas. Terminamos en poco más de diez minutos con el asunto que nos había llevado allí, y ya en el ascensor se ofreció para llevarme al centro mi compañero de aventura. Temía que pudiesen estarnos esperando por los alrededores los mastuerzos que habían afeado nuestra conducta. Craso error, nadie nos esperaba, las motocicletas ahora eran cuatro, supusimos que las dos recién llegadas eran las de las sirenas, sin poder aseverarlo, y los cuatro propietarios, o si prefieren los conductores de las mismas, charlaban a la puerta de una dulcería que hay en la proximidad. Igual se preguntaban el motivo de haber solicitado su presencia. Tal vez una falsa alarma.

La agresión fue casi exclusivamente verbal, pero ¿y si hubiese pasado a mayores y la reacción normal, la de ayudar y defender a la pobre mujer, no hubiera sido tal? ¿Cómo hubiéramos podido pensar que aquellos dos rebenques que estaban a nuestro lado tomarían partido de forma inopinada por el agresor?

José Luis Martín Meyerhans

Sectarismo

¿Hemos reflexionado alguna vez sobre nuestras posturas en la vida, o vivimos anclados, cómodamente, en ellas sin preguntarnos si hay otras formas mejores de vivir y de pensar?

La peor esclavitud que puede padecer un hombre es la de ser esclavo de sus propias ideas, sin tener libertad y empuje para cotejarlas con otras y abrir las ventanas de su inteligencia para que entre la luz y esclarezca todas las situaciones de su vida. Hay mucha gente que se siente cómoda con su forma de actuar y de pensar, aunque ésta sea perjudicial para él y para la sociedad en que vive. Si esta postura se lleva al límite nos encontramos con los casos de sectarismo y fanatismo.

El sectarismo ideológico es un antifaz que nos hace ver todas las cosas de un mismo color, y los demás colores no los queremos ver, nos incomoda su existencia. Uno de los sectarismos más perjudiciales para una sociedad es el sectarismo político, del que somos testigos todos los días en los medios de comunicación. Ofuscados por esta mentalidad se llega a unas elecciones, sean de la clase que sean, y hay muchos conciudadanos nuestros que jamás se preguntan a quién dar su voto, siempre votan a la misma opción, aunque los resultados de su gobierno hayan sido nefastos para el bien del país. Esta postura, de falta de libertad ideológica, es impropia de personas cultas e inteligentes o bien indican que tienen unos intereses personales que le benefician.

Estos sectarismos son fomentados por todos los dirigentes de grupos, políticos, religiosos... son votos seguros o seguidores fieles. La historia de la Humanidad se repite una y otra vez, el poder de unos pocos y la servidumbre de los demás. Por más que las teorías democráticas se empeñen en querernos convencer de que los gobernantes son los servidores y administradores del pueblo, la realidad es muy otra.

Juan Rosales Jurado

Marcos Brito, buen alcalde y mejor persona

El Ayuntamiento portuense ha estrenado alcalde tras una moción de censura y el Sr. Brito ha asumido -por fin- la Alcaldía, y su presencia por sí sola se va notando en los pocos meses que lleva en el cargo en esta legislatura.

Como es costumbre en él, está abierto su despacho para recibir y oír las quejas ciudadanas e intentar arreglarlas o mediar para su arreglo, y ello -viendo a otros antecesores en el cargo- es de agradecer por la ciudadanía.

De su mano parece que la propia función pública local está mejorando, pese a la crisis que padecemos. El Puerto se nos moría poco a poco, motivo por el que no perdonamos a D. Marcos el no haber presentado la moción antes para evitar ese deterioro que se había producido en los últimos años en cuanto a la gestión.

Las obras públicas más importantes, como son el muelle, parece que ven un horizonte después de vanas promesas desde el rey Alfonso XIII, hace más de un siglo. Ahora se debe dar un paso más en ese sentido para ver empezada la obra con las ayudas de todas las Administraciones competentes. Sin olvidar el Parque Taoro.

Las calles del casco viejo se van arreglando, quedando algunas como la calle S. Felipe, con un encanto especial (en esta calle se debió haber puesto más pasos peatonales, alumbrado y vertederos cubiertos y soterrados, alejados de los portales de las viviendas); a punto de comenzar, otras como Mequinez y Zamora, entre varias previstas.

Se debería colocar en diversos puntos conflictivos del tráfico vial señales o "guardas muertos" que impiden que los coches vayan a una velocidad excesiva y que aminoren su marcha, con el fin primordial -evidentemente- de la seguridad del peatón. También se debería cerrar al tráfico los fines de semana el casco viejo para disfrute peatonal, como se hacía en La Orotava. Además, no estaría de más revitalizar la Oficina Técnica para evitar su lentitud excesiva y notoria que padecemos.

Mi más efusiva felicitación por ello al alcalde, que, siendo buen político, es mejor persona, aunque no pueda cumplir todo lo que promete, pero lo intenta y eso debe cargarse en su deber para obtener la mayoría meritoria en próximas elecciones y mientras su cuerpo aguante.

Carmelo Martín

(Puerto de la Cruz)

Escáneres corporales en los aeropuertos

Como continuación a mi carta publicada en este periódico el domingo 17 de enero, quisiera hacer hincapié en dos puntos:

1.- Como dicen los ingleses, "What´s next", o sea, ¿qué vendrá después? Por ejemplo, ¿cuándo nos vestiremos con trajes confeccionados con tejidos que cambian de estado según el calor o el frío de nuestro cuerpo? (ya se venden en Japón). ¿Habrá alguna sala donde tengamos que desnudarnos todos? ¿Qué más inventarán tanto los "malos" como los "buenos"?

Está claro que están ganando los "malos", ya que ahora se nos considera a todos culpables hasta demostrar nuestra inocencia, y es triste que el país que primero ha aplicado el "habeas corpus" (Inglaterra) ahora es donde más cámaras de vigilancia existan.

2.- Hay que recordar que los parlamentarios europeos que van a votar esta nueva ley de medidas de "seguridad" especiales no tendrán que pasar por los incómodos escáneres, ya que gozan de inmunidad parlamentaria. Me parece haber leído en alguna parte que no pasan por control alguno. O sea, que votan algo que no les afecta ni les molesta, en cambio al resto de los mortales, sí.Siempre he estado muy a favor de la construcción de una Europa unida y fuerte con un sólo presidente (preferentemente D. Felipe González, pero no quiso, sus buenas razones tendrá) y un alto representante en política exterior, para que podamos hablar con una sola voz y no 27 frente al resto del mundo, pero si van a seguir recortándonos las pocas libertades que nos quedan, me lo pensaré. De no vivir en una isla, desde luego que evitaría coger el avión.

A.C.M.