NUESTRA ISLA sufrió a mediados del pasado mes de noviembre uno de esos temporales que en los últimos lustros han adquirido un inesperado e indeseado protagonismo. En esa ocasión fue el Valle de La Orotava la zona que se vio más seriamente afectada por unas lluvias torrenciales que, aunque por fortuna no ocasionaron pérdidas humanas, sí conllevaron la afección de numerosas propiedades y de infraestructuras públicas en varios municipios.

Ante una situación semejante no cabe resignarse y la única opción posible es intentar reparar los daños a la mayor brevedad posible. Eso es precisamente lo que las diferentes administraciones decidieron emprender nada más producirse ese suceso, que conmovió a la comarca y también al conjunto de la Isla. Para ello, tanto el Cabildo de Tenerife como el Gobierno de Canarias y los ayuntamientos centraron su esfuerzo conjunto en la realización de las reparaciones necesarias.

Esta misma semana hemos tenido la oportunidad de acudir al Valle, en compañía de los alcaldes de La Orotava y Los Realejos, para reconocer el estado de los trabajos acometidos, singularmente una obra de fábrica en la carretera que discurre entre Palo Blanco, Las Llanadas y Benijos. Se trata de un proyecto importante por su cuantía -486.000 euros- y a la vez por la importancia que posee esta vía para facilitar las comunicaciones vecinales.

La realización de esta obra ha permitido que en poco tiempo se haya recuperado la normalidad en la zona, a pesar de las especiales circunstancias económicas que atravesamos en la actualidad. Es, sin duda, un motivo de satisfacción, un sentimiento que lamentablemente, como estamos viendo estos días, es imposible hallar en otros lugares.

Pero la posibilidad de actuar tras el temporal no debe conducirnos a la apatía y al descuido. La prevención de situaciones como la ocurrida en el Norte de Tenerife ha de ser una máxima de la que participemos todos los habitantes de la Isla. No es admisible que muchas personas continúen, por ejemplo, considerando los barrancos como un basurero al que verter enseres en desuso, escombros, etc. Esa costumbre no habla precisamente de una sociedad avanzada, sino de todo lo contrario.

Los cuatro mil kilómetros de cauces distribuidos por nuestra geografía hace imposible la vigilancia completa y efectiva. Por lo tanto, sólo la colaboración, la diligencia y el compromiso de todos pueden hacer que los barrancos se mantengan limpios y no se produzcan desbordamientos y los consiguientes daños.

También se hace necesario que, por una vez, el Gobierno de Madrid asuma sus responsabilidades y dote al Archipiélago de aquellos modernos medios de detección tan necesarios para detectar a tiempo la presencia de borrascas. Hasta el momento, la Agencia Estatal de Meteorología, a pesar de contar con un personal debidamente preparado, carece de unos recursos que cada día resultan más imprescindibles.