HACE unas semanas, en un relato acerca de mis recuerdos entrañables de María Rodríguez, hermana del fundador inolvidable para todos los tinerfeños y chicharreros de este periódico, don Leoncio Rodríguez, y que en el periodismo tinerfeño representó un antes y un después de don Leoncio, mencionaba su participación en una academia de la Rambla en la que se impartían las disciplinas de Taquigrafía y Mecanografía, disciplina aquella de la que fui alumno, que eran complementadas con las de Gramática y Ortografía, en un mundo de fines de los años 20 del pasado siglo, de muy escasa presencia estudiantil en los centros docentes oficiales abiertos por entonces, y donde el tipo de enseñanzas recibido se completaba con las impartidas en otros centros como el Colegio Tinerfeño-Balear de don Matías Llabrés, el Colegio de don Antonio Carrasco, donde a veces se aplicaban métodos de persuasión no ortodoxos, según pueden atestiguar quienes a sus clases asistieron, y la Academia de las hermanas Trujillo, en la Rambla, sobre la que voy a permitirme hacer unos breves comentarios; centros todos ellos que venían a complementar aquellos otros oficiales de Enseñanza Media o Profesional. Por aquellos años la Educación Superior que la juventud tinerfeña podía recibir se reducía, en la Universidad, a Derecho (ya saben, "el abogado, siempre callado") y a Ciencias Químicas (donde la implantación de la Refinería abrió un imprevisto y desconocido campo de trabajo profesional, según nos recordaba hace unas semanas en una conferencia don Manuel Ravina, ex director de la misma), con lo que si alguien quería seguir estudios superiores para llegar a ser médico, arquitecto, ingeniero o farmacéutico, por citar las profesiones más usuales, no tenía, como me sucedió a mí, otra alternativa que hacerlo fuera, en la Península o en el mismo extranjero, como aquellos que se iban a hacer ingeniería a Charleroi, Bélgica, o a estudiar Filosofía en Heidelberg, Alemania. Pero en los estudios no superiores los jóvenes tenían la posibilidad de ser maestros (como lo fue mi madre, aunque nunca lo ejerció), peritos agrícolas, aparejadores, peritos o profesores mercantiles, o marinos en sus diversas especialidades, hasta la de Capitán de la Marina Mercante, que había que revalidar en Madrid, si mal no recuerdo. Aunque no hay que olvidar la Escuela de Artes y Oficios en el mismo edificio que el Instituto de 2ª Enseñanza, sito en la plaza de Ireneo González, dentro del clásico Santa Cruz de todos los tiempos, que acogía a aquellas personas con inquietudes artísticas mayormente.

En este escaso panorama educacional de nuestra isla, la Academia Trujillo, con sus disciplinas de Taquigrafía y Mecanografía, complementadas con las de Gramática y Ortografía, que impartía María Rodríguez, vino a cubrir un vacío para aquellas personas que, no pudiendo seguir otro tipo de estudios secundarios o superiores, habían de enfrentarse con la vida, en una dedicación principalmente a actividades comerciales o de tipo administrativo que, en una región de nuestro país, exenta de instalaciones industriales, centraba la actividad de la creciente población al calor de actividades agrícolas, cuando el turismo se reducía a los ingleses que pasaban temporadas más o menos largas en la zona del Puerto de la Cruz y a los barcos que, llenos de turistas, nos visitaban periódicamente con estancias de uno o dos días solamente y con aquellas caravanas de taxis que los conducían a través de la Isla. La Academia Trujillo la formaban tres hermanas, Pepita, Emma y Candelaria, y, siempre en la Rambla, estuvo situada inicialmente en lo que llamábamos la "Rambla chiquita", el trozo minúsculo de la misma entre la calle Numancia y la subida al hotel Pino de Oro, con sólo tres casas: la de la esquina, donde vivía don Pelayo López y Martín-Romero, arquitecto, padre de Pelayito, mi compañero de curso de Bachillerato y de andanzas por Madrid, ya fallecido; a continuación, "la casa verde", por su color, donde vivía la familia Trujillo y donde se ubicó la academia, para terminar con la casa del Sr. López de Vergara, si bien al correr de los tiempos se completaría el trío con una cuarta que hacía esquina a la actual 25 de julio. Las hermanas Emma y Candelaria trabajaban en las oficinas de la Telefónica, en la que su hermano Federico ocupaba un alto cargo a las órdenes del delegado don Demetrio Mestres, que al ser trasladado a la Península, para hacerse cargo de la Dirección de la Compañía Telefónica cuando la guerra, se lo llevó con él fijando finalmente su residencia en Madrid. Las hermanas continuaron hasta su jubilación con su trabajo, lo que sólo hacía posible su presencia en la Academia durante la tarde, así que por las mañanas se ocupaba de las clases de Mecanografía la tercera hermana que, con María Rodríguez, completaba el equipo docente.

Ya en tiempos de la República, la familia se trasladó en la misma Rambla a las nuevas "Casas de Manuel Cruz", de tres pisos y jardincillo de entrada, que ocupaban el espacio entre el chalet de don Ricardo Hogdson y la calle Numancia. En la primera de ellas establecieron, en el primer piso, la vivienda y la Academia, mientras que el bajo pasó a ocuparlo don Ricardo Alcaide, magistrado y luego presidente de la Audiencia, padre de mi compañero de curso de bachiller Ricardo y de Manuel, actual defensor del pueblo al que llamamos "Diputado del común", ambos magistrados ya jubilados, mientras que sus dos hijas María África y Adela, de imborrable recuerdo, ya no están con nosotros. Fue don Ricardo una figura muy querida y respetada en todo momento, y los que tuvimos la suerte de conocerlo guardamos de él un gratísimo recuerdo, al tiempo que nos honramos de la sincera amistad con sus hijos. En los pisos del bloque de casas vivían, entre otros, los Calamita, los González de Chávez, los Acamen, los Gómez-Landero y el luego general Ibáñez Kábana y su guapa mujer Blancanieves. La vida continuaba su interminable caminar, las hijas y hasta sobrinas de Pepita fueron creciendo y ayudaban en lo posible en las clases, especialmente en aquellas de tipo casi mecánico como Taquigrafía, así como ayudaban a María Rodríguez en sus dictados llenos de palabras de dudosa escritura. Después de las clases, en el aula de la Academia, conocida como "la Academia chica" , y según he tenido ya ocasión de comentar, se organizaban con María Rodríguez, Emma y Cala, y la participación no siempre fija de Amparo, compañera de trabajo en la Telefónica, unas partidas de cartas, de chinchón, en las que solía participar también yo cuando me encontraba de vacaciones en Tenerife, tanto de soltero como ya casado, ya fuese en verano como por Navidad y Fin de Año, si bien en este período no había clases. La edad de las profesoras y el avance de la técnica con máquinas como ésta en la que escribo, que no sólo lo hacen con decenas de caracteres diversos, sino que al mismo tiempo corrigen las posibles faltas cometidas, ha hecho que este tipo de academias haya dejado de tener razón para su existencia; el cese en su actividad de la Academia de la Rambla ha venido a coincidir con el fin de una época y el comienzo de otra, donde temas como la ecología, la sostenibilidad y las energías renovables han forzado a dar una nueva interpretación a nuestra educación y a nuestra forma de entender la vida. ¿Mejor? ¿Peor? No lo sé, pero en todo caso distinta y a ella hemos de adaptarnos, si bien recordamos con nostalgia y hasta emoción aquellas clases de la Academia Trujillo de nuestra juventud.