DE PRONTO, en nuestra querida España, se ha caído en un politicismo integral. Y, ya se sabe, la política, como decía Cánovas, no es sino el arte de realizar en cada momento aquella porción del ideal del hombre que, matemáticamente, permiten las circunstancias.

Política es, entre otras cosas, el arte de servir a los hombres; no es servirse a uno mismo, que esto es egoísmo y nada tiene que ver con la política. Porque, de actuar así, comentaríamos el error, como dice Le Bruyere, "de no pensar sino en sí mismo. Y en el presente, es grave fuente de error".

He leído, hace años, que este país alcanzará la medida exacta de la democracia cuando los políticos sean sólo una parte integrante de un armónico concierto total del Estado, inteligentemente estructurado, es decir, como los abogados, o los médicos, o los arquitectos, o los ingenieros, parcelas interrelacionadas de la sociedad, con un valor intrínseco dentro de cada una de ellas.

Cuando hace poco estuve en la Suiza francesa, tuve la oportunidad de estudiar la organización cantonal de aquel país maravilloso, y de conocer -someramente- el alcance que allí se da a lo político. Efectivamente, al preguntar por el nombre del presidente de la República o de tal o cual cantón, nadie sabía decírmelo. A ninguno le preocupaba.

Quiere esto decir que allí -y a esto hay que aspirar- la política no es más que la arquitectura o que la medicina; esto es, una parcela social importante para quienes correctamente la ejercen; pero, para el resto de los ciudadanos, es algo normalmente incorporado a la vida social, como la ingeniería o el derecho, y en modo alguno prima sobre el resto de las interdependencias comunitarias. Y, por supuesto, no ocupa por entero las páginas de los rotativos, ni sus líderes lo son más que los otros profesionales o los empresarios.

Sería un buen ejercicio, en el comienzo de otra andadura política, poner las cosas en su sitio y reducir a sus justos límites el descomunal protagonismo de lo político y de los políticos sobre el resto de las actividades sociales; porque, como se dice en la escritura, el sábado fue hecho para el hombre, mas es tanta la politización ambiental que esta indiscutible verdad no lo es tanto para los que piensan y sienten que el país es para los políticos y no a la inversa.

Es necesario entonces que hagamos uso de la inteligencia, que ahí es donde estriba la diferencia: no tanto en el hecho de tenerla, sino en el de usarla adecuadamente. Es decir, buscando la apertura de la realidad para penetrar en lo más íntimo de nosotros mismos y apoyarla en las raíces morales de que se nutre.