DICE el refrán que por el humo se sabe dónde está el fuego, lo que, traducido a la vida real, significa que por los efectos se conocen las causas o, según la cita evangélica, que "por sus frutos los conoceréis". Pues bien, esta semana nos ha ofrecido suficientes muestras de que los partidos políticos ya sólo piensan en términos de preparación electoral. En otoño -tal vez antes- habrá elecciones autonómicas catalanas, en 2011 serán las autonómicas en la mayor parte de Comunidades y las municipales en todo el país, y en 2012 -si no se adelantan-, las generales. ¿Demasiado lejos todo esto para hacer semejante diagnóstico en clave electoral? Podría parecerlo, pero las cosas van muy rápidamente, y el humo electoral es perceptible cuando vemos que en los medios se da cuenta nada menos que de los cálculos sobre la idoneidad de los candidatos a La Moncloa en los dos grandes partidos, es decir, en los únicos partidos con posibilidades reales de alcanzar el Gobierno: por un lado, reverdecen los debates acerca de Mariano Rajoy y la trayectoria del PP, y por otro han entrado por primera vez en el debate público las primeras dudas, en el seno del propio partido socialista, de que Rodríguez Zapatero pueda ser el mejor candidato posible, dados el desplome de su aceptación social y la desconfianza creciente de los ciudadanos hacia su política e incluso su capacidad para hacerse cargo de los problemas.

Críticas

Entendámonos: el pronóstico más probable, podría decirse que el único razonable, es que Rodríguez y Rajoy encabezarán los carteles electorales de sus respectivos partidos, aunque sólo sea porque hoy por hoy tienen la sartén por el mango en su propia casa, y están en condiciones de laminar directamente cualquier intento de sustitución. Hasta ahora, ni uno solo de los políticos relevantes en esas formaciones ha abierto la boca públicamente siquiera; pero algunos que fueron alguien, y que hoy ya no tienen nada que esperar -ni que temer- de sus jefes de filas, manifiestan su pensamiento crítico cada vez más abiertamente: son los casos, por ejemplo, de Joaquín Leguina en el PSOE o de Alejo Vidal-Quadras en el PP. Toman sus cautelas, claro está, pero marcan sus diferencias.

Y en los estados mayores de los partidos se detecta este malestar, y se hacen ya algunos movimientos de signo inequívocamente preelectoral. Por ejemplo, en el caso del Ayuntamiento barcelonés de Vic y el conflicto derivado de la decisión de no empadronar a los inmigrantes sin papeles, da hasta un poco de vergüenza comprobar la desorientación de unos políticos nacionales que se enfrentan a unos supuestos principios humanitarios y buenistas que, en la práctica, saben que la mayoría de los vecinos están muy dispuestos a ignorar. Por decirlo claramente: la corrección política impone la obligación de los ayuntamientos de empadronar a todo el que quiera, pero la realidad dice que las consecuencias de esto es el colapso de los servicios de sanidad y educación públicas, y más aún en tiempo de crisis como el que atravesamos. Los riesgos electorales de mantener el buenismo son patentes en términos electorales, pero los riesgos de fracturas en el interior de los partidos, también, con las inevitables consecuencias en las urnas.

El presidente del Partido Popular ha hecho el viernes una reflexión pública: hay que modificar una legislación contradictoria, que en una Ley impone la obligación de empadronar a los indocumentados y en otra impone expulsarlos de España. Esto se sabía, pero se iba capeando el asunto transformando las órdenes de expulsión en la documentación requerida para poderse empadronar, puesto que esas órdenes daban noticia de la existencia de esas personas. Parece estúpido, y lo es, pero así es como se iba tirando. Así que Rajoy ha sugerido que el problema se resolvería si se estableciera que los derechos a la sanidad y a la educación se poseen por el hecho de existir, con independencia de estar o no empadronado. Pues bien, la vicepresidente Fernández de la Vega ha saltado a declarar que esta sugerencia es "oportunista y malintencionada". Una cosa así sólo se puede decir si no se piensa en el interés de la gente, sino en el propio interés electoral.

Haití, Faisán, EpC

Por lo demás, la semana política ha gravitado mucho sobre la catástrofe del terremoto de Haití, que ha servido para desatar las ansias de muchos políticos de salir en las fotografías y las televisiones practicando sublimes actos de caridad o haciendo como si los practicasen. Y por seguir en el terreno de la acción de España en el exterior, el presidente rotatorio semestral de la UE, Rodríguez Zapatero, pronunció su discurso programático en el Parlamento Europeo, con un éxito perfectamente descriptible: en esta ocasión la televisión ha sido un instrumento de contra-propaganda, porque ha mostrado una huída masiva del salón de sesiones y el aburrimiento mortal de los pocos que se quedaron, incluidos los más devotos subordinados del orador, ante la vacuidad de lo que decía.

Por otra parte, hay que prestar bastante atención a casos tremendos de corrupción, que deberían derribar a cualquier Gobierno, como el caso del chivatazo policial a los terroristas de la ETA para que huyeran antes de tener que ser detenidos. Se conoce que la sordina con que algunos medios importantes tratan el asunto es efecto de aquel pacto entre Rodríguez Zapatero y algunos importantes editores de facilidades de publicidad a cambio de docilidad. Pero el caso sigue ahí, y quiero creer que todavía quedan jueces en España, como todavía los quedaban en Prusia en el legendario pleito de un campesino contra el rey.

Y otro asunto relevante pasa también de puntillas: el del pacto escolar nacional que sugiere el ministro Gabilondo. El presidente del PP ha respondido ofreciendo en público unos cuantos puntos básicos que podrían acordarse. Pero el humo electoral ha vuelto a hacer su aparición: la totalitaria asignatura de Educación para la Ciudadanía es el detector de si ese pacto es verdad o sólo pura publicidad electoralista. Rajoy propone suprimirla en Primaria y modificarla radicalmente en Secundaria. La responsable de Educación del PSOE, Cándida Martínez, ya ha respondido que eso es innegociable. El ministro calla, seguramente porque no sabe qué decir.