CHILE es un país peculiar y llamativo que muy poco tiene que ver con sus países vecinos, como lo demuestra la estabilidad de su sistema económico. Es un Estado avanzado que acoge a un pueblo culto que ha sabido sobreponerse de las adversidades. Los chilenos vivieron una dictadura atroz ya superada, y ahora, tras dos décadas de gobiernos de coalición entre democristianos y socialistas, han dado su confianza al candidato de centro-derecha (liberalismo). Opción que no ganaba unas elecciones presidenciales desde 1958.

Algunos han querido ver en ello un reencuentro con el pinochetismo, pero nada más lejos de la realidad. El que será su presidente durante los próximos cuatro años, Sebastián Piñeira, es un empresario de éxito que hizo oposición al Gobierno de Pinochet y votó en contra de la Constitución de 1980. Un defensor de la democracia que ahora quiere evitar que Chile continúe debilitándose por una mala gestión.

Aunque la opción por el cambio que refrendó el pueblo chileno puede parecer una anécdota, no lo es. El mundo va por el centro-derecha y no es por casualidad. La realidad es que esta alternativa política es la que mejor preparada está para dar solución a los problemas de los ciudadanos y no la izquierda, y mucho menos el populismo que se ha instalado en otros países de Latinoamérica como Venezuela o Bolivia.

A las pruebas me remito. En la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, España se encuentra con el mayor nivel de paro de las últimas décadas. Cierto es que la crisis ha sido mundial, pero también el hecho de que no ha afectado a todos los países de la misma manera. Su intensidad ha sido especialmente fuerte en aquellos en los que los gobernantes no han sabido cómo hacerle frente (reconocimiento tardío de la crisis) y se han limitado a cazar mosquitos a cañonazos, a poner remiendos en una economía que necesita una reforma económica profunda y urgente basada en la investigación, el desarrollo, la innovación y la divulgación (I+D+i+d).

En otras palabras, para nosotros el socialismo, siendo respetable (como no puede ser de otra manera), tiene muy buenas intenciones y una gran traba: no arregla los problemas de los ciudadanos (repasar la historia). Y de esto se está dando cuenta la población, lo que ha permitido que las opciones de centro-derecha estén comenzando a recuperar el gobierno de los distintos países democráticos (de ciudadanos libres).

En España, este giro se comenzó a ver hace ya meses en las encuestas. La última de éstas reflejó un cambio histórico al dar al Partido Popular la victoria en Andalucía, una Comunidad Autónoma clave para el Partido Socialista.

Otro ejemplo de este cambio de tendencia lo vimos también esta semana en Estados Unidos. Obama, que hace un año llegaba a la Casa Blanca pleno de buenas intenciones, ya ha decepcionado a gran parte de la ciudadanía, como lo demuestra la victoria republicana en Massachussets, uno de los feudos demócratas. Con estos resultados, Obama pierde un escaño clave en el Senado y con él el apoyo que necesitaba para llevar adelante su programa político y su reforma estrella: la sanidad.

David Cameron, líder de los conservadores británicos, encarna esta tendencia en Gran Bretaña. Todas las encuestas le dan serias opciones de poder mudarse al número 1 de Downing Street después de las elecciones que se celebrarán en unos meses.

En esta enumeración, no podíamos olvidarnos de España, pues estamos convencidos de que también vivirá este cambio en las próximas elecciones generales de 2012 (o antes). Tenemos claro que Mariano Rajoy será el próximo presidente. La era de Zapatero y el zapaterismo están llegando a su fin, y lo malo es que va a dejar al país con más de 5 millones de parados, con un déficit público del que tardaremos años en recuperarnos y con una Seguridad Social en bancarrota.

Zapatero es un peligro en sí mismo, no por ser socialista, sino por ser incapaz y sectario, por carecer de preparación, por no tener ni factores inhibitorios, por padecer el síndrome de La Moncloa a los dos años de estar en el poder; y porque le está haciendo un daño irreversible a España y al socialismo.