LA RECIENTE concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente de los EEUU, Barak Obama, ha suscitado una gran polémica en los ambientes políticos y sociales porque, por una parte, recibió el preciado galardón el pasado día 10 de diciembre, es decir, después de haber dado órdenes para enviar 30.000 soldados más a Afganistán, con lo que se intensificará así la guerra en aquel país asiático. Y por otra parte, porque se le ha concedido tal distinción cuando apenas lleva un año en el cargo y, por lo tanto, sus logros meritorios en el campo de la paz son aún limitados en comparación con otros personajes o entidades premiados anteriormente.

Dada la polémica suscitada en la opinión pública, recogida en todos los medios informativos mundiales, acerca de la conveniencia o no -políticamente hablando- de tan alta recompensa al señor Obama, creo conveniente realizar un juicio crítico sobre la oportunidad o no de su concesión que, no olvidemos, se trata del Premio Nobel de la Paz. Y lo voy a hacer basándome exclusivamente en el discurso que el presidente estadounidense pronunció en la ceremonia de entrega del mismo.

Veamos. Es cierto que puede resultar prematuro conceder a Obama el Nobel de la Paz sabiendo que no lleva todavía un año como presidente de los EEUU, y es verdad que, hasta el momento, no es mucho lo que este señor puede mostrar como resultados positivos de su gestión en lugares tan complicados como Irán, Corea del Norte o el conflicto que enfrenta a palestinos y judíos, así como la inacabable pacificación de Irak y Afganistán.

También se critica que se haya otorgado este premio de la paz a quien es el presidente de un país que está luchando en dos guerras y que acaba de decidir el envío de otros 30.000 soldados más a Afganistán. Recibir este premio resulta un contrasentido pues parece como si se atentara contra los valores que encierra tal distinción, que recordemos se instauró con el siguiente criterio: "Haber contribuido más o menos al acercamiento entre los pueblos, a la eliminación o supresión de los ejércitos permanentes, a la reunión y propagación de congresos pacifistas... Así, algunos se han preguntado ¿cómo se le puede otorgar un premio a la paz a quien dirige una guerra?

La exigencia de razonar estas contradicciones llevó al presidente de los EEUU a pronunciar el mejor discurso de su Gobierno. En una ceremonia tan solemne como es la entrega de la máxima distinción que se otorga por la paz, todo el mundo espera la reivindicación de la infinita bondad humana, dulces elogios a la concordia, pero Obama tuvo el temple y el coraje para hablar de la guerra en ese festival del pacifismo. Tuvo la inteligencia para construir un alegato persuasivo, coherente y culto en defensa del realismo moral. Obama no es el gobernante que agrega frases bajo la creencia de que la simple acumulación de palabras implica edificar un argumento. Obama razonó la gravedad y la enorme responsabilidad de quien ejerce el poder, el carácter trágico de la historia, la dureza de las decisiones y, al mismo tiempo, trazar una ruta hacia la justicia asequible.

"Soy el comandante en jefe de un ejército que libra dos guerras" -dijo-. "Soy responsable de enviar a miles de soldados al combate. Algunos matarán y algunos morirán". Fueron unas palabras terribles que enmudecieron al salón de actos de Oslo en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz al presidente estadounidense. Unas palabras de un hombre de Estado que asume su decisión de muerte: matar y morir. "Mi deber empieza con la responsabilidad de cuidar a la nación que gobierno. Por ello, no puedo guiarme exclusivamente con el ejemplo de los mártires del pacifismo. Encaro el mundo tal y como existe realmente y no puedo quedarme inmovilizado frente a las amenazas".

"El mal existe -dijo Obama- y frente al mal la política no puede actuar con la dulzura de la prédica. Los pacifistas no hubieran podido detener a Hitler; la negociación no sirve con los fanáticos. Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamado al cinismo, es el reconocimiento de la historia; las imperfecciones del hombre y los límites de la razón". Más adelante insistió en que la convicción de que la paz sea deseable no es suficiente para lograrla. "La paz -apuntó- demanda responsabilidad y a veces sacrificio". Y esto es lo que hay.