AYER, mientras el Tenerife era goleado por el Barcelona, un niño agitaba la bandera del equipo catalán al borde de una carretera en las medianías de La Orotava. Nada extraño. Sabido es que el Barcelona tiene muchos seguidores por estos pagos. Y el Madrid también, claro, pero ayer el que jugaba en el Rodríguez López era el equipo azulgrana; el mejor del mundo en estos momentos, a decir de los entendidos, aunque yo de eso sé poco; lo confieso sin rubor. O acaso con cierto azoramiento, porque a nadie se le escapa que hoy en día el fútbol es algo más que un deporte en muchos países, tanto desarrollados, en vías de desarrollo o pertenecientes al llamado tercer mundo. Desde ese punto de vista cabe preguntar si a Tenerife y a las demás islas de este Archipiélago le beneficia en algo la circunstancia, probable según algunos, de que el Barcelona gane la Liga española y algunas competiciones más por ahí fuera. Esencialmente, no. Canarias está a unos 2.000 kilómetros de Madrid (unos 1.700, si seguimos un rumbo ortodrómico), pero a más de 3.000 de la otrora llamada Ciudad Condal. Demasiados kilómetros, en cualquier caso, para que nos toque algo. El hecho de que el Tenerife esté en primera división es distinto; incluso aunque pierda por goleada.

Cuando recrudece el invierno y la nieve corta las carreteras, muchos pequeños pueblos del Norte de la Península empiezan a salir en los informativos de televisión. No adquieren con ello el tan famoso cuarto de hora de gloria, sino unos pocos segundos; acaso el escueto minuto o minuto y medio que da de sí la noticia. Pequeñas localidades en el Norte de Palencia, de León -por ahí- casi en el límite de los Picos de Europa. Caseríos, y a eso voy, de cuya existencia jamás se sabría si no fuera porque una nevada los ha dejado incomunicados.

¿Cuánto supone en términos económicos el hecho de que a un lugar lo citen en los medios de comunicación nacional? Es decir, por circunscribirnos al caso que nos ocupa, ¿cuánto le supone a Tenerife tener un equipo en primera división? Eso ya se ha cuantificado en otras ocasiones, cuando el equipo local también anduvo por el Olimpo del fútbol patrio. Se mire como se mire, mucho dinero.

Un niño agitando una bandera al borde de un camino es una anécdota tan trivial, por así decirlo, como el padre que le ha inculcado la afición por un equipo ajeno. No es nada baladí, en cambio, el poco interés que ponemos en los asuntos realmente imprescindibles para nosotros. Verbigracia, el turismo. Nos guste o no, antes o después tendremos que bajar a la realidad económica. Una realidad que pasa por vivir del turismo; un sector que nos sacó del subdesarrollo en los años sesenta. ¿Industria? La justa para atender nuestras necesidades locales y poco más. ¿Nuevas tecnologías? Pero si llevamos treinta años con un pujante Instituto de Astrofísica y apenas hemos aprovechado la tecnología de vanguardia que genera. ¿Energías renovables? Como si fabricásemos aquí las turbinas eólicas y las células fotovoltaicas, como mucho las ensamblamos, y no siempre. De momento, turismo, y a Dios gracias; luego, ya veremos. Y para que vengan turistas necesitamos que conozcan nuestra existencia; aunque sea a través del fútbol. En definitiva, agitemos, agitemos, aunque sea de vez en cuando, la bandera del Tenerife.