EXISTEN instituciones como el senado que en realidad no tienen apenas relevancia y ejecutoria política alguna, pero sí al menos la enjundia necesaria para los que por allí discurren no se queden en meros transeúntes, sino que afilen sus armas dialécticas en pro del territorio que dicen representar. Y lo demuestren.

No es que se trate de rememorar las exquisiteces intelectuales del senado romano, ni mucho menos. Ni siquiera traer al recuerdo la figura de Catalina o los discursos de Marco Tulio Cicerón. Eso era otra época. Por supuesto, rica no solo en retórica, sino en profundidad argumental porque muchas de las veces estaba en cuestión la supervivencia de un imperio. No se pretende llegar ahí, pero sí que se hace difícil entender cómo se puede instaurar, dentro del espacio de la institución Senado, la mudez.

La mudez, como refería en un artículo anterior, es la mejor sustancia de la antipolítica. Cuando es el silencio lo que asoma y retumba en las paredes senatoriales; cuando es la majadería de insistir en lo mismo. Y lo mismo es la quietud, el aplauso estéril y propiciado por la disciplina de partido; la verdad que no solo hay que tener cara, sino carecer de vergüenza ajena.

Con esto no pretendo señalar a nadie en concreto, pero sí es decepcionante, sobre todo para aquellos que sí tienen conciencia de lo que han votado y a quien, para que los represente, que vean y observen la parsimonia ante alguna que otra solución para un determinado problema de su territorio y una mudez escalofriante que ni siquiera es tributaria de ganarse el sueldo.

Desterrar la antipolítica a la que favorecen ciertos personajes disfrazados de políticos es una tarea que debe ser prioritaria no solamente desde la colectividad, sino de los mismos que no dejan de pensar en la vuelta una y otra vez a esa institución donde apenas si abren la boca o, peor aun, cuando tienen la mudez como enfermedad política instaurada e incurable.

Y no es que repitamos la frase o la sentencia, ya que los hemos mencionado, de Cicerón dirigiéndose a Catalina. "¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?", pero sí que todo tiene un límite y una consideración no solo ante uno mismo, sino ante la galería, y más ahora en momentos de crisis en cualquier ámbito donde es necesario la participación y la debida inteligencia puesta al servicio de los demás.

Es necesario que el clientelismo político se enriquezca, se fortalezca por los que están decididos a embuirse de política, por su pueblo, por su territorio; porque cuando lo que se persigue es el beneficio de cada cual, de sí mismo, ajenos al resto, y la búsqueda de un voto cautivo que luego pagan con la repetición y la vuelta a empezar, esto debe ser orillado por simple decoro político e institucional. Si no fuera así, no cabe duda de que la mudez senatorial continuará cada vez más engrandecida por la inoperancia.