RECUERDO cuando pequeña que un medianero de la finca de mis padres mató un perro. Papá llamó al cachorro y le ató una cuerda al cuello, lo llevó hasta la parte de atrás de la casa -el pobre trotaba alegremente a su lado sin saber lo que le esperaba- y un tiro de escopeta de caza acabó con su vida. Aulló al caer. Me había mordido en el muslo, cosa poca, pero dijeron que podía tener la rabia. Nunca volví a sacar el tema, intenté olvidarlo, pero evité a toda costa acercarme al medianero. Es más, cuando lo veía de lejos y él levantaba una mano para saludarme, le respondía de la misma forma y seguía mi camino, apurando el paso. Ahora, con los años, después de haber visto hacer cosas peores con los animales, comprendo que el medianero no era tan mala persona, algo elemental quizás, bruto, con el sentido práctico de la gente del campo.

Creo que no hay nada más conmovedor que la mirada de un perro y que ningún ser humano vale lo que valen sus sentimientos. Abogo por que su maltrato se considere delito grave, se castigue con arrestos de fin de semana y hasta con penas de prisión si se ocasiona la muerte. En España se tortura y se mata impunemente a muchos animales. Siguen habiendo peleas de perros, se ahogan cachorros, se ahorca a los de caza que no satisfacen a sus dueños y muchos son apaleados sin que nadie intervenga, pero lo peor es que miles de ellos son abandonados cuando a sus propietarios les incordian las vacaciones o se les orinan en la alfombra. Los que vivimos en las zonas rurales lo sabemos bien, pues encontramos perros sueltos en las carreteras -siguiendo al coche de su amo-, desconcertados, esquivando como pueden los vehículos que pasan a toda velocidad, ocasionando accidentes y sin saber cómo franquear las vallas. Mientras, algún miserable regresa a casa con la satisfacción de haberse quitado un problema de encima.

Siento rabia e impotencia ante los individuos que abandonan en las proximidades de una carretera al perro que les sigue con lealtad. Para él, su dueño es un dios y por su cariño es capaz de cualquier cosa, de sacrificarse y hasta morir a cambio de una palabra de afecto o una caricia. El que no muere en el acto de ser atropellado queda maltrecho, inválido, y obtiene como premio ser arrastrado fuera de las vías, que lo rematen de un tiro en la cabeza o que le pongan -todavía vivo-, una inyección que termine con su sufrimiento. Otros, los menos, acaban enloquecidos de tristeza y amarrados a una cadena como guardianes de casa de campo o de almacén. Algunos caen a tiempo en las manos de las protectoras de animales, de voluntarios que multiplican panes en tiempos de crisis y hacen frente a las tarifas de los veterinarios.

Estos animales no tienen la culpa de nada y mucho menos del capricho de unos niñatos que piden un cachorrillo en Reyes, siempre con la promesa de que será uno más en la familia, descubriendo al cabo del tiempo que necesitan controles veterinarios, paseos diarios, cepillado, alimentación y vitaminas; un lugar donde dormir y alguien que lo cuide en vacaciones? el juguete se convierte entonces en complicación, y la solución más rápida para estos irresponsables es quitárselo de encima con un "ahí te quedas". Y es que, para el Código Penal, el abandono o maltrato a un animal doméstico, sólo es una falta contra los intereses generales y se castiga, si te pillan, con una multita de nada. Una reprimenda para que te vayas con el rabo entre las piernas. Nada más.

Si no has convivido con un perro, no conocerás el sentido de las palabras lealtad, generosidad y compañía; tampoco habrás percibido en el brazo el hocico húmedo intentando llamar la atención, interponiéndose entre el libro que estás leyendo, demandando una caricia o una palabra en tono amable. El perro te contempla con la cabeza ladeada, con los ojos grandes y oscuros pendientes de donde termina el vuelo de tu mano, por ello no entiendo que se pueda permanecer indiferente al verlos amarrados, mal nutridos y picados por las moscas. Cabe preguntarse por qué se permite que esto ocurra, incumpliendo la normativa vigente en materia de abandono y maltrato. Y también por qué nadie coge por el cuello a uno de esos bípedos, que se dicen animales racionales, al pillarle con las manos en la masa, y le da un par de cachetones para que coja fundamento, algo que aunque no suene muy civilizado tal vez sea más efectivo que la sanción económica. A los que se comportan como salvajes y gentuza sin conciencia habría que aplicarles aquello de "a hierro mata a hierro muere."

Por cierto, a casa han llegado últimamente cinco gatos abandonados, sumándose a "Woofy" y "Zero"; a "Rocco", un teckel que ya se parece a un perro; a "Rapunsel" y "Stefan", dos tortugas que comen y crecen; y a un sinnúmero de pájaros y peces que se multiplican en la fuente y en el jaulón. ¡Y es que, para que unos abandonen, otros tenemos que recoger!