El calendario invita en este domingo a dos clases de comentarios: por un lado, el resumen del año político, puesto que hoy es el último domingo de 2009, un año para olvidar, si se pudiera; por otro, el mensaje tradicional de Navidad del Rey, que ha constituido la noticia más destacada de la semana.

La primera cuestión que se nos plantea es si hay relación entre lo ocurrido en el año y lo dicho por el Rey en Nochebuena. La respuesta no es simple, porque en unos aspectos es perfectamente detectable esa relación, como ocurre con la crisis económica y sus secuelas concretas en los millones de familias sin ingresos para sobrevivir, que dependen de los parientes para ir haciendo frente a la vida porque la Seguridad Social y sus mecanismos de subvención de papá Estado están exhaustos como consecuencia de su sistema piramidal de organización, que sería un delito gravemente castigado si así se comportasen los particulares, pero que en el caso del poder político parece que tenemos que aceptarlo como una bendición. En cambio, los movimientos profundos de la sociedad española, propiciados por un Gobierno cuyos tintes totalitarios ya ni se molesta en disimular aunque los llame orwellianamente "democracia", han sido cuidadosamente ignorados por Don Juan Carlos en su mensaje.

Parto de los montes

En relación con la crisis económica española, las previsiones de los organismos y las personas más solventes del mundo se han cumplido casi milimétricamente en este año que termina: el paro supera ya los cuatro millones y medio, y puede decirse sin hipérbole que se acerca a los cinco millones si no contamos los diversos mecanismos de disimular las estadísticas entre el Ministerio de Trabajo (glorioso oxímoron en estos tiempos) y la propaganda oficial.

Después de los repetidos anuncios de Rodríguez Zapatero de una ley de desarollo sostenible, o de economía sostenible, sea lo que sea sostenible -la palabra "sostenible" no se le cae de la boca aunque ya no signifique nada, pero suena bien-, se ha producido el parto de los montes. La sentencia de Horacio "Parturient montes, nascetur ridiculus mus" (parirán los montes y nacerá un ridículo ratón), dicha a propósito de las introducciones grandilocuentes para presentar obras mediocres, es aquí de muy exacta aplicación: la ley tan pomposamente anunciada es una especie de collage de cosas ya vigentes, vacuidades eufónicas y ocurrencias complementarias que rozan, si no se zambullen, en la pura estupidez, como el anuncio de prohibir la venta de bombillas de filamento incandescente a partir del viernes que viene, que ya veremos si se confirma o no.

Los sondeos han ido marcando una tendencia decreciente de intención de voto al PSOE, que Rodríguez y los suyos han tratado de neutralizar aplicando el ventilador sobre los excrementos de la corrupción del Partido Popular; el resultado no podía ser otro que el que ha sido: el descrédito de todos los políticos, socialistas incluidos, sin que las salpicaduras de porquería hayan variado la tendencia, pues es bien sabido que las elecciones no las gana el ganador, sino que las pierde el perdedor, que no es lo mismo aunque lo parezca. Por eso los escándalos de corrupción atribuidos al Partido Popular no han ocultado la desesperante incompetencia de un Gobierno en que los ineptos con balcones a la calle, que dicen los castizos, son amplia mayoría, como se ha venido demostrando pertinazmente en casos como el secuestro del atunero "Alakrana" o la crisis de la activista saharaui Aminatu Haidar, por citar dos episodios recientes, además de la ordinaria administración de la cosa pública, sumida en un caos progresivo.

Ingeniería social

Este año ha merecido por parte del Gobierno de Rodríguez Zapatero una atención muy especial el designio de ingeniería social basado en la ideología de género, que ha culminado sarcásticamente en vísperas de Navidad con la ley llamada "de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo", más escandalosa por lo segundo, pero más devastadora por lo primero, pues se incorpora a nuestro ordenamiento la obligación legal de corromper los esquemas morales básicos que han construido la civilización occidental y de conducirnos hacia una explosiva mezcla de animalización del comportamiento humano y aplicación de las técnicas más sofisticadas para lograrla.

De este aspecto, como digo, el mensaje del Rey no se ha ocupado. La cosa no tiene nada de particular, porque es cosa sabida que los mensajes del Rey podrán confeccionarse en La Zarzuela, pero han de pasar por el filtro de la aprobación de La Moncloa. Por parafrasear la actitud de Julián Marías durante el franquismo, el Rey puede no decir todo lo que quiera decir, pero todo lo que diga lo ha de querer decir. De momento no hemos llegado al extremo de que el Gobierno imponga al Rey la defensa de principios y valores incompatibles, por ejemplo, con la fe católica del monarca. Pero si seguimos por donde vamos, podríamos llegar a esa situación.

Se percibe el principio de un movimiento de presión hacia Don Juan Carlos para que no firme la llamada ley del aborto, de modo semejante a lo que ocurrió con Balduino, el rey de los belgas, hace unos años. No creo, sin embargo, que esa presión vaya a surtir efecto: España no es Bélgica, y nadie puede asegurar que fuese posible una renuncia del Rey a la Jefatura del Estado durante unas horas, como ocurrió con Balduino, ni que las consecuencias de una cosa así no fueran peores entre nosotros que entre los belgas. En todo caso, cuando la ley de 1985, ocurrió que los Reyes visitaron al Papa Juan Pablo II, aprovechando un viaje familiar, pocas semanas antes de la firma regia de aquella reforma del Código Penal. Fue una visita privada, no se conoce públicamente de qué hablaron; pero después de aquello, el Papa estuvo varias veces en España, y su trato a los Reyes fue de muy afectuosa y especial deferencia. No quiero decir nada especial: únicamente me limito a dejar constancia de que no es tan fácil juzgar a las personas en estas situaciones difíciles.