PODEMOS cuantificar el coste de nuestra insularidad en más o menos cuatrocientos mil millones de pesetas. Dicho coste está englobado en cinco grandes aspectos: la especialización y rigidez de la estructura económica, los elevados costes del transporte, los exiguos niveles de nuestra formación profesional, unos insuficientes servicios públicos y unos recursos energéticos y naturales muy limitados. Todo ello tiene que ver, y mucho, con lo que se denomina la economía de escala, y que especialmente en nuestras Islas se acrecienta exponencialmente. Hay quienes proponen, considero que con buen criterio, la creación de un sistema intermodal de los distintos medios de comunicación, en el que se dé la combinación más eficiente posible entre el transporte marítimo, el terrestre y el aéreo; todo ello junto a un adecuado sistema de teleinformación, de manera que dicho sistema contribuya al abaratamiento de los costes administrativos, pero sobre todo a una rebaja del tiempo y del dinero.

Sabemos que, aunque somos territorio comunitario, no estamos sujetos al IVA; por lo tanto, toda mercancía que entra en nuestras Islas está sujeta al IGIC. La cuestión es que existe un gran desconocimiento en la población en general sobre estas cuestiones: por ejemplo, el hecho de que, si se compra algo en la Península con su IVA correspondiente, al entrar en Canarias, si nos cobran el IGIC, debemos o deberíamos -porque tenemos derecho a ello- solicitar la devolución del IVA pagado. Pero si la mercancía está, además, en la lista del AIEM (Arbitrio sobre Importaciones y Entregas de Mercancías) que Dios te coja confesado porque el producto en cuestión te lo gravarán con un 13% o un 15% del valor de la mercancía. Es como una especie de "castigo" bíblico por insolidario con la industria local. Obviamente, el primer insolidario es el propio Gobierno de Canarias, que no tiene más remedio que importar la mayoría de las manufacturas que necesita nuestra sociedad para vivir.

Esto del IGIC parece más bien una cruz. Por ejemplo: usted tiene un sobrino que vive en la Península, pongamos en Madrid, y éste se desplaza hasta Barcelona para realizar un postgrado, por decir algo; y allí se encuentra con su primo, hijo de usted, que vive en Tenerife, y que se ha desplazado hasta dicha ciudad en avión con el mismo propósito; el curso dura unos siete meses; al principio del mismo, ambos primos deciden comprarse un coche -en realidad se lo compran sus respectivos progenitores-. Encuentran una ganga. Dos coches iguales con una antigüedad de 12 años por unos 800 euros cada uno. El primo, algunos fines de semana se marcha a su casa, a Madrid, a ver a su novia -y de camino a la familia-, el primo canario, que también tiene novia, no tiene esa suerte, porque los pasajes le cuestan un ojo de la cara y sólo tiene dos.

Por supuesto, a ninguno de los primos se le ha ocurrido darse de baja en el padrón de su respectivo municipio y darse de alta en Barcelona; al de Madrid, porque ni siquiera se le ha ocurrido; y el de Tenerife porque, si lo hiciera, entonces perdería la residencia canaria, y los pasajes de avión ya no le costarían un ojo de la cara sino, directamente, los dos. Acabado el curso, ambos primos de despiden y se marchan a sus respectivos hogares. El de Madrid se monta en su viejo coche, llena el depósito de gasolina y pone la primera, y hasta luego Lucas. El primo canario comienza a saber en sus carnes lo que se siente de verdad haciendo "el primo". A saber: como le gusta tanto su coche decide llevárselo también a su casa -o sea, nada menos que a Tenerife-. Entonces baraja varias opciones, a cual más disparatada desde el punto de vista crematístico. Al final, decide mandarlo en un contenedor y marcharse él en avión y recoger el coche en el puerto de Tenerife a los pocos días. Total, sólo tiene que ir a una agencia de aduanas, presentar un porrón de papeles y fotocopias de distintos documentos -me parece que la foto de la primera comunión no la piden-, pagar unos cuatrocientos y muchos euros por el coche, más un billete de avión que no salga demasiado caro.

Mientras el primo de Madrid ya está cansado de darse el lote con su novia en el coche de marras, tú todavía estás esperando a que llegue el tuyo al puerto. Llega por fin. Entonces, lo más lógico es que vayas a recogerlo, presuponiendo que a alguien de la administración se le habrá ocurrido poner allí una ventanilla única para resolver los trámites. Pero va a ser que no. Tienes que ir a la oficina principal de Acciona, que no está, precisamente, en el puerto, sino en la calle de La Marina. Luego tienes que ir a la Consejería de Hacienda a comprar un impreso llamado DUA (Documento Único Aduanero), luego, con el papel en la mano, lo llevas al edificio de al lado, a la Agencia Tributaria, para que te lo rellenen: coges número, con suerte, media hora para que te atiendan. Vuelves a entregar papeles, fotocopias, etc. Te dicen que, como no existe un cambio de residencia -por no haberte dado de baja en el padrón y alta en Barcelona para luego hacer lo contrario-, pues que tienes que ir a pagar al banco el 13% del valor del coche si quieres retirarlo del muelle. Es en esos momentos cuando te acuerdas de tu primo y de la madre que lo parió, que por lo visto es tu tía; y entonces decides, con cara de pollaboba, decirle al que te atiende que se quede con el coche, que se lo regalas y que no vuelves a salir más de Canarias en tu puñetera vida. ¡País!