1.- Mi mudanza a un ático esplendoroso en el Puerto de la Cruz, desde donde puedo ver el mundo a través de los cuatro puntos cardinales, ha lanzado al espacio, como hojas volanderas, títulos que permanecían olvidados, escondidos en las estanterías, personajes de los que ya no me acordaba, cartas que para mí no existían; apuntes inverosímiles, trabucados en el tiempo, qué sé yo. Ya he dicho que me he mudado más veces que JuanRamónJiménez. En cada traslado se te va quedando un trozo de tu vida porque, quieras o no, dejas algo atrás. No cabe todo en todas partes. Mi vida ha sido tan ajetreada que me considero un experto en cambiarme de sitio y lo hago con cierto orden. Al final todo queda muy bien y entonces la memoria retiene donde está últimamente cada libro, cada recuerdo, cada carpeta de fotos, cada álbum. Una mudanza es una pausa y una reanudación.

2.- Uno se da cuenta entonces de la cantidad de cosas inútiles que guarda, creyendo que las volverá a ver para realizar un artículo o iniciar un libro. Nada. Lo que vale es lo que está en la memoria de cada cual, lo demás es lo superfluo. Es superfluo un apunte de viaje o un relato subrayado cuando resulta que tienes otra versión, distorsionada por el tiempo, en tu disco duro; y entonces ves que realmente la historia de verdad no es cómo ocurrió, sino como tú la recuerdas. Me parece que García Márquez dijo algo parecido en uno de sus últimos libros, no sé si en "Memoria de mis putas tristes". Este año he cumplido 62 y aunque mis amigos notan un atisbo de tristeza y de cansancio en mis escritos, y me lo dicen, no es cierto. Estoy más contento que nunca porque ahora puedo mirar al mar que me trajo, a la montaña que escalé, al Valle que canté y al cielo al que viajaré. Así que, del diez.

3.- También he recuperado a mis amigos de siempre. A las amigas junto a las que sonreía; los rincones donde jugué; y hasta saltaron, entre las hojas volanderas, mis primeros escritos que sólo leía mi familia, guardados en una carpeta verde de los sesenta. Pero lo mejor ha sido la recuperación de la amistad de la gente de mi juventud, de los primeros años felices en el Puerto. Vienen, cómo no, a cuento los versos de Campoamor: "Las hijas de las madres que amé tanto/hoy me besan como si fuera un santo". Si Dios quiere, en esta Navidad dormiré tendido hacia la montaña que dio sombra a mi vida, el Teide, de cuyas faldas nunca me fui del todo porque en La Orotava residí a su vera la última década.