YA ES HORA de destronar algunos mitos que nunca han sido tales. Leyendas de la política y también del periodismo. Verbigracia, esa aureola de bien hacer profesional que rodea a don Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca, maestro al que he tenido un tanto olvidado durante estos días pasados. Aún quedan algunos artículos pendientes de escribir sobre mi profesional relación con tan digno prócer de las letras. Por cierto, el calificativo de "escribidor" que nos dedica, sin citarnos, tanto a Andrés Chaves como a mí lo tomo como un cumplido. Nada más lejos de mi intención comparar mi pobre pluma con la de tan ilustre columnista. Antes de llegar a un periódico que gracias a su acertada dirección nunca ha sido de los más leídos de estas Islas -a los datos de la OJD y del EGM me remito-, había ganado varios certámenes literarios de ámbito nacional, con jurados presididos por gente de la talla de Gerardo Diego. Las noticias al respecto se publicaron en su momento en diarios editados no sólo en Tenerife, sino también en Madrid. Ahora que ABC tiene su hemeroteca digitalizada -y al alcance de todo el mundo- resulta fácil hacer ciertas comprobaciones. En cualquier caso, admito que junto a Leopoldo no paso de "escribidor". Lo cual no me impide suscribir el artículo publicado por Chaves el pasado domingo desde la primera a la última línea. Si es intención del señor Cabeza presentar una querella contra mi vecino de columna, como le ha dicho a ciertos allegados -aquí todo se sabe enseguida-, puede hacerla extensiva también a mí. O, si así lo prefiere, incluir a Chaves en alguna de las múltiples que proyecta interponer -o ha interpuesto ya- contra mí y el editor de EL DÍA. Esto me suena como el cuento del niño de la escuelita al que otro infante le da un coscorrón y el agredido, en vez de propinarle otro al agresor, corre a la profesora con la consabida queja "señorita, Jaimito me pegó". Vaya por delante que el señor Fernández, como cualquier ciudadano, posee pleno derecho a denunciar a quienes considere oportuno todas las veces que estime conveniente.

Igual de grande, si no mayor, es el mito, en este caso no periodístico sino político, de don Ángel Isidro Guimerá Gil. Hombre de alta cuna, nobles modales, incapaz de traicionar a un amigo, arraigado a sus ideas, profesional exitoso, militante abnegado que jamás cambiaría de partido y, parafraseando al genial Domingo de Laguna -Dios lo tenga en su gloria-, persona de bellas prendas de carácter y otras virtudes.

Ayer fue un día negro. Mientras en las tertulias se comentaba la noticia de las dos mujeres fallecidas en la playa de los Gigantes, se conocía la muerte de dos trabajadores en Arrecife de Lanzarote. Pocos motivos para el optimismo, salvo uno: la intención del señor Guimerá Gil de abandonar la política en 2011. Lástima que debamos esperar un año y medio largo. Hubiera sido mejor para la imagen de la política y los políticos una renuncia inmediata. No entro en la vida personal del señor Guimerá, que para mí es sagrada tanto si se trata de alguien con proyección pública como del tendero de la esquina. Tan sólo digo que su trayectoria política ha sido penosa. ¿De qué deber cumplido habla? ¿De arrimar el hombro a costa de un jugoso sueldo como consejero delegado de la Sociedad de Desarrollo? Así, cualquiera. En cualquier caso, su idea de dedicarse -a partir de 2011- sólo al café, copa y puro no me parece mal del todo. Bueno, café, copa, puro y güisqui; el güisqui que no nos falte nunca.