UNO DE LOS LOGROS obtenidos por el progresismo de izquierdas, a través de su propaganda de gestos, es haber apuntalado un Estado Providencia, donde, al parecer, todo son conquistas sociales y reparto de derechos en un baturrillo ideológico trasnochado, pero que tan buenos resultados le ha dado a la hora de recolectar votos. Porque la gente se queja de lo mal que está todo; pero ellos -la izquierda providencial- han ganado las elecciones dos veces; supongo que alguien les habrá votado. En Canarias, por ejemplo, donde existe el mayor porcentaje de paro registrado de toda España, casi obtienen mayoría absoluta.

Pero la realidad es la que es. Pese al crecimiento económico de otras épocas, heredado por el PSOE de Zapatero cuando llegó al poder por primera vez, las desigualdades han aumentado, porque ha crecido la polarización de la sociedad actual. Es más, hoy por hoy existe una tendencia creciente del modelo económico español hacia una sociedad dual. Modelo económico que no sólo es generador de desigualdades, sino que se caracteriza por haberse intensificado en los últimos años a causa, principalmente, de una previsible crisis financiera que este gobierno se empeñó en ignorar y desmentir, a pesar de que ya hacía tiempo que el gallo de san Pedro se había quedado ronco de tanto avisarles. Pero los hechos pusieron la crisis en su sitio: elevado endeudamiento de las familias, disminución de la capacidad de ahorro, caída estrepitosa del consumo, cierre de empresas, aumento del paro, crecimiento exponencial de las ayudas, subvenciones y prestaciones sociales, aumento alarmante de la morosidad, recortes drásticos de préstamos, tanto a particulares como a las pymes.

Eso sí, aumentar, aumentó el ego del señor Zapatero y de los palmeros progres y mediáticos que se arremolinan a su alrededor esperando alguna que otra dádiva o/y subvención. Aumentaron también el PIB y los ingresos del Estado, en detrimento del crecimiento por persona y de la redistribución en términos económicos de la mayor parte de los ciudadanos; ciudadanos que, por otra parte, han sido enseñados a no asumir sus propias responsabilidades y, por consiguiente, poco pueden, a estas alturas de la película, exigírselas a nadie. Es como si la política hubiera perdido su verdadera razón de ser, como es la de ponerse de acuerdo para proponer y debatir el interés general y la defensa del bien común, y nos dedicáramos a apoyar un populismo ya agotado que, en todo caso, es reo de los nacionalismos excluyentes, que juntos intentan, ante la pasividad silente de la mayoría de los españoles, acabar con los valores que deben asentar los cimientos de nuestra democracia: la Constitución, el Estado de Derecho, la igualdad de todos los españoles independientemente de donde residan y las libertades individuales.

Por consiguiente, es errónea la machacona idea progresista de que el aumento del gasto social contribuye a mejorar el Estado del bienestar; y es así por la sencilla razón de que, si aumenta el paro, como lo está haciendo actualmente, el gasto social no deja de crecer en detrimento, precisamente, de ese supuesto bienestar providencial, ya que la mayor partida presupuestaria que dicho bienestar necesita ha de restarse de partidas tan importantes y vitales como la salud, la investigación, la enseñanza o el capital humano. Es necesario, pues, cambiar el modelo económico actual por otro modelo que, al menos, tenga claro el hecho de que no podemos seguir gastando el doble de lo que ingresamos; así como redefinir las funciones reales del sector público y del propio sistema fiscal para intentar por lo menos ser competitivos.

Ésta es, en definitiva, la primera crisis económica que afronta España dentro del marco del euro, por lo que sería conveniente que el Gobierno central fuera consciente de los riesgos que corre una economía como la nuestra en una Unión Monetaria donde el que no reacciona a tiempo con una oferta adecuada al sistema termina siendo reo de una demanda que puede quedársele estancada por mucho, mucho tiempo. Es necesario, urgente diría yo, un cambio de política económica donde se contemple la necesidad de hacer girar la actual tendencia al consumo -el cual representa actualmente el 60% del crecimiento del PIB-, ya que dicha tendencia nos ha llevado a esta situación de escasez de ahorro e inflación; además de tener que buscar otro motor de crecimiento que no esté basado exclusivamente en el turismo y en el ladrillo que, quiérase o no, han dejado de ser productivos.