Me encuentro con un pariente en plena calle y hablamos, cómo no, de la crisis. Intento minimizar la tragedia. "De otras peores hemos salido", le digo convencido de mis palabras. "No, nunca he visto nada como lo de ahora", responde inflexible. Y no hablaba con un pimpollo recién salido del cascarón, sino con alguien que en realidad debería haberse jubilado hace algunos años. Pese a todo, sigue al pie del cañón. Horas después, también en una calle de Santa Cruz, me tropiezo con Ramchand Bhavnani. Camina anónimo entre la gente. Como siempre. No hablamos de crisis sino de otros asuntos. No lo aprecié ni más ni menos preocupado que de costumbre. A fin de cuentas, Bhavnani ha vivido tragedias familiares y personales, sobre todo a raíz de la independencia de La India, más lacerantes que esta depresión de las finanzas.

¿Nos acostumbraremos a vivir con la crisis mucho tiempo? Quizá haya que preguntárselo a los parados que están ociosos desde no se sabe cuándo. El viernes, varios periódicos, entre ellos EL DÍA, llevaron a primera página una noticia inquietante: "Canarias registra la mayor tasa de paro de larga duración del país". Resulta que el nueve por ciento de la población activa del Archipiélago lleva más de un año sin encontrar empleo, casi el doble de lo que sucede en toda España. Le pregunto por qué está ocurriendo esto a Ignacio Rodríguez, secretario de Acción Sindical de la Intersindical Canaria, en un programa de la Televisión de esta Casa. Ignacio Rodríguez carga sobre sus espaldas más de un cuarto de siglo de luchas laborales. Sus ideas, como las de la formación en la que milita, son discutibles. Sin embargo, veinticinco años en la trinchera de la causa le han proporcionado bastante experiencia. "Carne de cañón", respondió. "Tenemos un tejido productivo basado en los servicios que busca sobre todo una mano de obra joven. Basta ver la edad que tienen los dependientes o las cajeras de las grandes superficies. Al carecer de empresas con ciertos requerimientos técnicos, en las que la experiencia es un factor importante, a los desempleados con más de 45 años les resulta muy difícil encontrar trabajo. La patronal prefiere a los jóvenes sin cargas familiares, más fáciles de ser explotados con la disculpa de la flexibilidad".

Una opinión, como digo, controvertida, aunque de alguna forma radiografía lo que está ocurriendo. El siguiente paso es exponer, por enésima vez, la necesidad de diversificar nuestra economía. Pero de eso ya se encargan los políticos. Puestos a recopilar opiniones, decía Mario Conde hace un par de noches, también en un programa de televisión, que los responsables de esta crisis somos todos. En fin, unos más que otros, habida cuenta de que ni yo, ni muchos de ustedes, nos pusimos a construir disparatadamente con fines especulativos, ni a conceder préstamos a sabiendas de que muchos de ellos eran de difícil o imposible devolución. Conde fue un líder para muchos acólitos de la especulación en España. Tuve un jefe alemán -hoy buen amigo- que lo idolatraba. Ya no. Al ex presidente de Banesto hoy casi nadie le hace caso. La otra noche lo vi en un restaurante madrileño de no excesivo postín. Un lugar al que él jamás habría acudido en sus tiempos de gloria. Cenaba de forma anodina con otras dos personas. Nadie le dedicaba ni una mirada curiosa aunque, la verdad sea dicha, en la Villa y Corte la gente se preocupa muy poco de lo que hace la otra gente.

En cualquier caso, un poco de razón sí que tienen todos. La tiene el pariente al que encontré en la calle de la Noria, la tiene el siempre aparentemente despreocupado Ram Bhavnani, la tiene Ignacio el de la Intersindical y también el otrora todopoderoso banquero, que hasta soñó con ser -eso dicen, y dicen, asimismo, que fue esa la causa de su caída- presidente de una hipotética y futura república española. Tienen razón todos, pero sobre todo Mario Conde. No porque aquí cualquier hijo de vecino se haya puesto a especular, sino porque hasta el más analfabeto se ha puesto a mandar. ¿Le hacemos un examen no ya de enseñanza superior, sino simplemente de escolaridad, a la mayoría de nuestros políticos y empresarios? Es decir, a quienes han tenido en sus manos la generación de empleo. Mejor no. ¿Y a los que se ponen a opinar con la autosuficiencia de un catedrático, sin poseer más cultura que la paupérrima proporcionada antes por los teletipos y hoy por Internet? ¿Qué valor podemos darle a un análisis político, económico o social realizado por alguien que ni siquiera sabe lo que es la prueba del nueve, pues la confunde con la inexistente prueba del diez? O al otro que sólo sabe contar chismes del Parlamento de Canarias, la mayoría inventados, pues debemos reconocer que imaginación no le falta. Aunque a la hora de la verdad, lo mismo da que escriban desde su ignorancia o con sapiencia: aquí lo que se vende es la farándula, las marujadas y las soplapolleces. Basta encender la televisión.

Respondiendo a una de las preguntas planteadas líneas atrás, estoy seguro de que antes o después terminaremos por acostumbrarnos a vivir con la crisis. Será una adaptación resignada, como la de cualquier sociedad aclimatada a la calamidad tras convencerse de que no le aguarda ningún futuro esencialmente mejor. Eso lo he visto en Cuba, en Mauritania y en varios países de Sudamérica, y no se trata de una situación muy apetecible. Ojalá me equivoque.

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