1.- Siempre le gustó lo engorroso. Nunca fue claro. Descubrió que la distancia más corta entre dos puntos era la línea curva. Cuando le dieron, por fin, la patada en el culo en el periódico que dirigió -mal- durante más de un cuarto de siglo sus compañeros respiraron, aliviados. Era un maniático, rodeado de teletipos todo el puto día, sin un amigo local; todos eran godos; sin enterarse jamás de dónde estaban situados El Tanque, Fasnia o El Porís. Recuerdo aquel día en que un señor fue al periódico que dirigía a quejarse de que un individuo había abusado de su hija. Pedía que le hiciéramos caso. Sólo eso. Desde el fondo de la redacción se escuchó una voz que gritaba "¿quién es la folladora esa?". Era Cabeza de Vaca quien preguntaba. Pero no por afán de hacer daño a aquel padre, sino por torpe, por imprudente. En cierta ocasión, con motivo del cambio de hora, se equivocó y lo anunció quince días antes, armando un lío tremebundo entre sus lectores, que le creyeron. Este es Leopoldo Cabeza de Vaca, que el otro día -sin citarme, porque siempre ha sido un cobarde- me dedica un artículo infumable, como todos los suyos, porque el pobre no sabe escribir; es un mal amanuense de la pluma, un ratón de teletipo y una malísima persona. Yo podría contar un montón de cosas: por qué me fui de ese periódico, por qué me traicionó cuando defendí a unas pobres prostitutas violadas en una batería de costa a punta de fusil por una oficialidad y una soldadesca desalmadas. Sus condecoraciones militares le condicionaron de tal modo que fue capaz de darle el matarile a un compañero, que además era compadre suyo. Yo. Y ahora se permite ponerme a parir, sin nombrarme, porque es un miedica; le falta clase. Sí, yo, siendo subdirector del "Diario de Avisos", hablé muchas veces con Pedro Modesto Campos sobre lo errática y aburrida de la línea de un periódico que vende lo mismo hoy que hace treinta años, cuando nos partíamos el lomo en aquella redacción apestosa. Pedro Modesto no puede contarlo, porque murió, y es verdad que Cabeza de Vaca me echó a pelear con él, que era de mi familia política, que era un hombre bueno y honesto. Quería quedarse solo, solo, sin nadie que le estorbara.

2.- He estado muchos años callado. ¿Pero quién es este godo (ser godo no es una procedencia, necesariamente, sino una actitud) que vino a Canarias a enseñarme a mí moralidad? ¿Pero quién sos tú, mentecato? Yo procedo de una familia que, en su mitad, desafió el trabuco del conquistador. Mi sangre tiene la fuerza del mestizaje, pero también, y con tanta honra, todos los componentes de la estirpe guanche, que nunca pudo ser exterminada del todo por el godo conquistador. Esta es mi tierra, muchachito de Valladolid, y el que vino a ella fuiste tú, machango. ¿Quién eres tú para, sin nombrarme, aludir a mi ética y a mi comportamiento como periodista? ¿A quién vas a enseñar tú, pobre ratoncito de teletipo, incapaz de dar la cara con un artículo en defensa de la tierra que has querido que te adoptara, sin éxito? ¿Quién te conoce a tí, pucelano iluso, que en treinta años no has sido capaz de dar la cara con valentía por el pueblo en que vives? ¿Qué hacías el 23 F, metido bajo tu cama de Madrid, cuando yo me jugué la vida, con mis compañeros del periódico, redactando un editorial en defensa de la libertad y de la democracia, sin saber si tus amigos González del Yerro y Arencibia me iban a detener cuando un jeep con una docena de militares dentro se estacionó a la puerta del periódico del que yo era subdirector -y tú director-, para verlas venir y a la espera de órdenes? Te dieron una medalla a ti, pero a mí me quedó el honor y la verdad. El honor de haber luchado por la democracia de este país y la verdad de haber sido yo, con un grupo de jóvenes periodistas, los que sacamos el periódico a la calle, mientras tú roncabas en tu piso de la Ciudad de los Periodistas madrileña.

3.- Ya estoy harto de godos como tú, que se creen el culo del periodismo. ¿Pero quién sos tú, muchacho? Si cuando tú viniste con más godos que reventaron un periódico nada más salir, siguiendo consignas del Partido Comunista, otros y yo dimos la cara para sacar adelante aquel diario lleno de ilusiones que intentaron destruir nada más nacer, con tu indudable connivencia, pues eran los tuyos los que montaron aquella huelga salvaje, por cierto no secundada por ti. ¿Quién coño eres tú, pequeño miserable, para hablar de mi ética y de mi trayectoria profesional, de las que estoy muy orgulloso? ¿Qué quieres? ¿Que me quede callado mientras escribes para los cuatro godos que te leen? Vete por ahí, Leopoldo, que te conozco bien, que sé de la pata que cojeas, que sé en las capillas que te mueves, en las pilas que meas y conozco los esfuerzos que te cuesta escribir, incluso acudiendo al viejo truco de los libros de citas porque, con tanto teletipo, tus lecturas deben quedar muy viejas, tan viejas como tu época del colegio. Y, de momento, no digo más. Hacía tiempo que no comía carne de perro, pero ya tenía ganas. (Para los poco avezados, hay una máxima periodística que reza: "perro no come carne de perro"). Hoy he cambiado el pienso habitual por un poco de pescuezo de Valladolid.

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