CIERTA periodista de televisión, cuyo nombre no cito para no mezclarla en un tema escabroso, suele rechazar sistemáticamente las entrevistas que quieren hacerle sus colegas. Su argumento siempre es el mismo: yo transmito noticias, pero no soy ninguna noticia.

Sucede, empero, que a veces uno se convierte en noticia muy a su pesar. Verbigracia, a cuenta de una sentencia que, aun sin ser firme, ha tenido amplia difusión gracias a los buenos oficios mediáticos de Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca, antes director de un periódico local, luego director de publicaciones del mismo rotativo y actualmente "ex" de ambos cargos, según se hace presentar en los programas de televisión y otros foros a los que acude.

Cualquiera tiene derecho a difundir las sentencias que le dé la real gana, incluso sin esperar a que sean firmes, si con ello piensa que obtiene algún beneficio. También EL DÍA lo ha hecho en este caso, aunque no estábamos obligados porque la hemos recurrido, como muestra de que en esta Casa se acatan las decisiones de los tribunales. Bien es cierto que la jueza encargada de dilucidar el asunto ha desestimado las dos terceras partes de la demanda del señor Cabeza de Vaca, entre ellas una intromisión en su vida privada. Un asunto que en su momento me dejó perplejo, pues jamás me he inmiscuido, por ejemplo, en las relaciones íntimas del señor Fernández, cosa que él sí hizo conmigo a una edad -19 años- en la que carecía de medios para defenderme. De eso hablaré otro día sin omitir detalles. Hoy lo que toca son las sentencias publicadas y no publicadas; sobre todo las no publicadas.

Porque, puestos a publicar decisiones judiciales, podría haber difundido en su momento el señor Cabeza la que puso fin a un pleito civil con su condena, junto con la de quien esto escribe y la de la empresa editora del periódico que entonces dirigía Fernández, interpuesto por un empresario portuense al que dos individuos llamaron corrupto. Un asunto en el que no tuvimos, a nuestro entender, ninguna responsabilidad; fueron otros, y no nosotros, los autores de tales declaraciones, aunque ellos se fueron de rositas y a nosotros nos cayeron tres millones de pesetas. El caso es que el señor Fernández no difundió aquella sentencia porque no le convenía. Como tampoco le interesa a su ex periódico publicar otra decisión de los tribunales, igualmente firme, que condena a Alfonso González Jerez, articulista de Diario de Avisos, a indemnizar con 6.000 euros a José Rodríguez, editor de EL DÍA, por injurias graves. Y ya que citamos al director de este periódico, conviene echar un vistazo a los calificativos que le ha dedicado el señor Cabeza de Vaca durante los dos últimos años a cuenta de su línea editorial. Un paradigma de la libertad de expresión que practica Leopoldo Fernández. Claro, él dice que no habla de José Rodríguez sino del "editorialista" de EL DÍA. Y después llama cínicos a los demás.

No es Leopoldo Fernández, sin embargo, el único personaje en esta película bufa cuyo título debía ser la ley del embudo: la parte ancha para Fernández y la estrecha para los demás. Hay otro protagonista, con ciertas ínfulas de paladín de la verdad, que pese a estar condenado penalmente por calumnias graves contra un político del PP, además de procesado en la actualidad por injurias al presidente de Canarias 7, todavía se permite repartir carnés de periodismo de vieja y nueva escuela. Los viejos, los casposos y los fachas son los críticos con sus amigos, naturalmente. Pero con Carlos Sosa no merece la pena gastar ni una gota de tinta. Ojalá algún día sea capaz de verse su propia joroba.