OTORGAR al profesor el rango de autoridad publica lo considero una decisión acertada y valiente de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, como medida de "choque" y lo más importante, que ha puesto el debate sobre la mesa. Pero a mi modo de ver es insuficiente para restablecer la disciplina en los centros docentes y para solucionar el desastre educativo que padecemos.

La verdadera autoridad personal y docente -que es clave- no puede darse a través de un decreto ley, sino que -como he escrito otras veces en esta columna- hay que ganársela uno mismo, día a día. Y para ello, además del respaldo de la Administración educativa, es básico o fundamental contar con el apoyo y con la labor educativa de los padres: ¡si un padre no tiene autoridad es difícil que la tenga un profesor! Coincido con José Luis García Garrido -catedrático de Educación de la UNED-: "Hay una concesión tácita a la voluntad del niño", "una especie de rendición de los padres". La solución debe pasar por "verdaderas políticas educativas familiares" y por medidas sociales enfocadas a la conciliación de la vida laboral y familiar, entre otras. Los niños necesitan de una mayor presencia de sus progenitores.

Lo padres son o deben ser los primeros responsables, insustituibles, de la educación de sus hijos; el profesor colabora con esa tarea. Para entendernos, voy a considerar la educación como la síntesis o resultado de la interacción de la formación y de la instrucción del niño o del adolescente. Parece que, por su propia naturaleza, los aspectos formativos pertenecen más bien a la familia y los instructivos corresponden más a la escuela, aunque difícilmente se dan los uno sin los otros. Por eso, es imprescindible la colaboración y buen entendimiento entre padres y profesores. He conocido a padres muy implicados y responsables en este sentido. También los padres deben tener mayor posibilidad de poder elegir aquel centro y el tipo de educación que quieran para sus hijos.

A los hijos hay que acostumbrarlos a obedecer desde muy pequeños, con mucha paciencia, con mucho cariño y, a la vez, con exigencia compresiva.; hasta los siete años se les pueden inculcar valores como la obediencia, la sinceridad y el orden. Cuando van siendo un poco mayores, en la medida de lo posible, hay que dar razones de lo que nos lleva a aconsejar, imponer, reprobar o prohibir una conducta determinada: hay que hablar mucho con los hijos, y para ello hay que escucharlos con atención y tratar de comprenderlos; hasta los doce años se les puede enseñar valores como la generosidad, la fortaleza, la constancia, el estudio... Que las normas sean pocas, concretas y realistas.

Huir de los discursos o lecciones magistrales. Es mejor que pidamos por favor, con actitud serena y confiando claramente en que van a obedecer. El ejemplo arrastra: si ven que papá ayuda a mamá en las tareas domésticas, él o ella entenderán que deben hacer lo mismo sin que nadie se lo explique. Reservemos los mandatos estrictos para algo excepcional. Pero el padre o el profesor nunca puede ser un "colega" de sus hijos o de sus alumnos.

También es posible que cierto sector del profesorado esté necesitado, como hace unos días me escribía una lectora, de una mayor formación o reciclaje de tipo psicopedagógico y ético, para entender a las nuevas generaciones y cortar los primeros amagos del conflicto en el aula. Es cierto, los chicos tienen hoy muchas influencias nada educativas a través de distintos medios, como la televisión, Internet o la calle, y que si nos descuidamos pueden darnos una sorpresa nada agradable. Por lo que hoy la docencia, como en otras profesiones, necesita de una continua actualización o puesta al día. No a costa del tiempo libre del profesorado, como hasta ahora.

¡Padres y profesores, a una! Pero, además, se necesita que se implique toda la sociedad en la educación . Es necesario crear un clima o ambiente social más civilizado y humano, que influya de manera estimulante y motivadora en nuestros escolares y estudiantes. Donde los mayores demos -sobre todo los políticos, que son los que salen en la foto- ejemplo de personas auténticas y coherentes, con valores éticos y profesionales, como el respeto, la honradez y la laboriosidad. Esto debieran ser el punto de partida del incipiente pacto educativo que han emprendido los políticos.

* Orientador familiar y profesor emérito del CEOFT