SI ALGUNO de ustedes leyó en su día mi artículo 266, recordará que hablé de don Manuel Verdugo, poeta lagunero-filipino. Dije no sólo que lo traté personalmente, sino que me recomendó ante don Basilio Francés para ver el modo de que mi aprobado en la Reválida de bachillerato fuera una realidad. Y recordarán también ustedes mi doble fracaso (en junio y en septiembre), lo que dio lugar a que mi sobrino Lolo mostrara su decepción; no por el fracaso en sí, sino por mi intento de aprobar injustamente. Hasta aquí, todo normal... Pero los designios del Señor son inescrutables. Y creo que también son inescrutables mis inverosímiles casualidades y coincidencias. Trataré de explicarlo.

Estoy metido de lleno en la lectura del libro "Vida de Gregorio Marañón", escrito por Marino Gómez Santos y publicado en 197l. La publicación tiene 546 páginas y, aunque aún estoy en la 39, ya he tenido motivos para la sorpresa. Sorpresa para mí, se entiende, porque es muy posible que cualquier otra persona pase la vista por estos renglones como perro por viña vendimiada.

En la página 33 se cuenta que Gregorio Marañón niño no pudo presentarse en junio de l897 a su examen de ingreso en el bachillerato porque sufría una neuralgia que no le permitía tener los ojos abiertos ante la luz. La familia pensaba ir a Santander, como cada verano; y así se hizo, pese a todo. Don Manuel, padre del muchacho, comunicó a don José María de Pereda (ya saben ustedes: el autor de "Peñas arriba", "Sotileza"?) el problema, y éste habló con don Marcelino Menéndez y Pelayo. Los dos se movieron bastante y don Marcelino esperó a los Marañón a la puerta del Instituto, donde presentó a los viajeros, nada más llegar, a los miembros del tribunal examinador. ¿Sigo contando? No. Será mejor que lo cuente el protagonista:

"Me presentaron a los catedráticos, tranquilizando con las consabidas recomendaciones mi timidez, que entonces era mucha. Gracias, sin dudas, a estas ayudas fui aprobado, pues el tribunal, a pesar de su notoria benevolencia, me sobrecogió hasta el punto de no dar pie con bola en las preguntas escandalosamente elementales que me hicieron (?). En Madrid no me hubieran aprobado".

Y me pregunto: si don Gregorio Marañón, genio entre los genios, se valió de los señores Pereda y Menéndez y Pelayo para pasar el examen, ¿por qué algunos amigos y mi propio sobrino pusieron el grito en el Cielo cuando don Manuel Verdugo habló en mi favor con don Basilio Francés? Mientras don Gregorio pasó su examen en septiembre, yo me quedé a la luna de Valencia. Y es que quien sabe, sabe. Porque todavía no he dicho que el eminente médico, escritor, político, psicólogo?, cuando se examinó de Reválida, obtuvo la calificación de sobresaliente en las dos secciones: Ciencias y Letras.

Perdónenme ustedes la desfachatez de compararme con un genio universal, pero es que las casualidades y coincidencias extravagantes no me abandonan. Vean: hace unos días mi amigo Lorenzo Dorta me prestó un libro de Stephan Swyft que, lamentablemente, yo no había leído: "Momentos estelares de la Humanidad". El mismo día me enviaron desde Los Silos el programa de sus fiestas. ¿Querrán ustedes creerme si les digo que en las dos fuentes me encontré la palabra gutapercha, que yo conocía de viejo y la había escrito, pero no recordaba dónde ni cuándo? Estaba tan obnubilado que no caí en la cuenta de que en ambos trabajos se hablaba de cables telegráficos submarinos. Recordé entonces que en mi artículo sobre el cable Tenerife-La Palma, escrito en EL DÍA en la edición del 18 de diciembre de 1983 empleé tal nombre. La gutapercha, por si alguien no lo sabe, es una sustancia sólida, transparente, flexible e insoluble en el agua, que se obtiene del tronco de un árbol que existe en la India. Por ser insoluble se emplea para cubrir los cables metálicos que se utilizan en el fondo del mar, con lo que se evita una oxidación que no hubiera permitido, en su día, emitir mensajes entre palmeros y tinerfeños, como se explica en el programa de fiestas aludido, ni entre Londres y Nueva York, como lo cuenta Stephan Swyft en uno de los capítulos de su libro "Momentos estelares de la Humanidad".

Termino este trabajo citando nuevamente al señor Marañón. El genio escribió un día estas palabras: "Un mal estudiante puede ser, andando el tiempo, un grande hombre".

Se equivocó don Gregorio. Al menos, conmigo.