NO SÉ si en estos primeros días en que el Gobierno del señor Zapatero ha puesto a venta libre, sin receta médica, la llamada "píldora postcoital", que dicen los finolis, los farmacéuticos se han forrado. Desde luego, no he visto en las puertas de las farmacias de mi barrio largas colas de demandantes y demandantas, que diría la ministra Chacón, de la también denominada "píldora del día después", porque cuando el medicamento hace el efecto "antipreñador" es unas veinticuatro horas después de haber efectuado el coito o contacto sexual propiamente dicho, o sea, entre hombre y mujer, porque en las relaciones macho con macho o hembra con hembra -que las considera también el Ejecutivo socialista como prueba inequívoca de esa sociedad progresista y liberal que proclama el señor Zapatero- no hay preñez que valga ni, por tanto, es preciso ocultar al padre o a los vecinos criticones que le crezca la barriga a la que antes llamaban pecadora. Ahora no sólo se le perdona el "pecado", sino también se le incita a que lo cometa en nombre de la libertad y la desaparición de los complejos.

Me viene a la memoria aquella permisividad sin fronteras a estas "asiones", que dicen en el campo, durante el Gobierno, también socialista, de don Felipe González, quien tenía en su Gabinete una ministra de no sé qué cosa, que no era tan mentecata y ridícula como doña Bibiana Aído, la titular de Igualdad del corro del presidente Zapatero, pero así mismo se las traía en latas. Esta ministra de la que no recuerdo el nombre, inventó la insolita campaña de "Póntelo, pónselo", referido a los preservativos que organismos del mismo Gobierno repartían entre los jóvenes y jóvenas, según Chacón, con ocasión de reuniones y de fiestas.

Pero en esta campaña, lo principal no era que las féminas pudieran quedar preñadas, sino el peligro de enfermedades sexualmente contagiosas, que existían en mi juventud. En los contactos, se pegaba la llamada blenorragia o purgaciones, de la que se contagiaban algunos de mis amigos, y la temible sífilis, que era cosa bastante más seria y de peores consecuencias. Esos males los contagiaban las prostitutas digamos legalizadas, pese a las revisiones, creo que semanales, a que estaban obligadas en el Sanatorio Antivenéreo, que tenía su sede en la santacrucera calle de San Sebastián, cerca del Observatorio Meteorológico. En el sanatorio trabajaba un médico especialista de apellido García Talavera, miembro de una familia de Tenerife donde había varios galenos muy conocidos y apreciados. Pero también trabajaban especialistas de estas enfermedades en el antiguo Hospital Civil, entre ellos, creo recordar, el doctor Robayna. Entre todos, lograron desterrar estas enfermedades que dieron más de un disgusto. Ahora, gracias al Gobierno Zapatero, la prostitución es más fácil porque puede ocultarse mejor.