UNA VEZ que el mecanismo de la sospecha se ha roto; que por medio de él se era capaz de descubrir lo que bailaba en la imaginación, lo que runruneaba en el ánimo que conducía a no comulgar con ruedas de molino, que huía de lo que se escondía y de todo aquello que se urdía, se puede decir que las conspiraciones de la historia se han diluido y se circula sin ningún tipo de trabas hacia el engaño.

El engaño es universal. Por medio del engaño se está en el mercadeo de las cosas y no digamos en el de las ideas, donde se mete gato por liebre. Nos hablan de una cosa y resulta otra.

De las exquisiteces de un producto, del discurso flamígero y ardiente de la política que nos deja alelados, cuando llegamos a casa si lo desembalamos y reflexionamos encontraremos que por los dedos de las manos se nos escurre un producto escuálido, empobrecido, dado que el valor que tiene en nada tiene que ver con la etiqueta que señala su precio.

Y el discurso aquel que tanto nos entusiasmó y que por un momento fue capaz de cambiar el rumbo de nuestras vidas se convirtió en puro bluf, una mera inconsistencia programada para desactivar, para desideologizar y meternos otra vez en el receptáculo del supermercado, "compro luego existo". Como un producto más, carente de valor, sin sentido y a la deriva.

Quizás habría que replantearse rescatar la lectura de aquellos que hicieron de la sospecha teoría; que intentaron rasgar sus velos con el propósito de percibir con nitidez lo que se escondía tras de ella para no dejarse encandilar ni por el sinuoso movimiento del tul ni por lo que se imaginaba pudiera estar detrás de él. Habría que releer a Nietzsche, Marx y también a Freud para que vuelva a nuestro rostro, al menos, la carcajada y que no se nos tome por estúpidos y memos.

De esa manera, los embaucadores, los que deciden por nosotros y que nos sitúan como meras comparsas que sepan que se ha activado el mecanismo de la sospecha y que hemos visto con claridad que en ellos, en el producto de su discurso, que lo que se enmarca es la autocomplacencia, la frustración y la neurosis de los que pretenden, no se sabe por qué, erigirse en defensores del mundo, de todos nosotros.

Los salvadores de la Humanidad han sido crucificados, mandados a la hoguera y cuando no en el transcurrir del tiempo, viéndoseles el plumero, ferozmente vituperados, ninguneados, iniciando desde las altas tribunas del poder y por la fuerza de la sospecha el camino del ostracismo, del olvido, del desarraigo y del psiquiatra.

Schopenhauer, aunque no creía en la historia y manifestaba que lo imperativo era la voluntad, quizás se haya equivocado porque no todo estaba dirigido hacia un solo deseo en el supermercado del mundo, ya que cuando se elige entre esto o aquello se está condicionado por los sentidos, motivado por los medios hacia tal o cual objeto. La voluntad está tan enclenque y adelgazada por la fuerza de la propaganda que apenas sí existe, extinguiéndose en el empeño de querer ser, de acertar en esto o aquello y no poder.

Si el mecanismo de la sospecha se consiguiera activar, se regresaría a la construcción de la ideología por sí misma, nos retrotraeríamos a los tiempos en que esta era imperiosa y con la que el mundo fue capaz de abrirse, de despojarse de miserias y caminar con agilidad hacia un horizonte más amplio y pretendido.

En un momento histórico fue así, pero a tramos pasó lo de ahora: la sospecha quebró ante la magnitud de la fuerza de los que inventaron guerras y tragedias, y que, una vez más, entre el feroz talibán, centrales nucleares iraníes y coreanas nos meten el miedo en el cuerpo idiotizándonos, infantilizándonos, comiendo nuestra voluntad para pasar por ser los salvadores de todas las patrias.

Desde la "obamadependencia" se podrá ver el universo con más tranquilidad, no lo dudo. Pero desde la desideologización fomentada por el miedo, y más ahora, en plena crisis económica y a pesar de las recetas del G-20 nos han absorbido la voluntad, han roto el mecanismo de la sospecha haciéndonos ver cosas que no existen y metiéndonos en el oído retumbos que no tienen por qué oírse. Y lo tragamos.

Hay silencios elocuentes y voces embaucadoras que no dicen y reflejos condicionados que permanecen en latencia. Sin embargo, el encandilamiento programado nos sitúa en el mercadeo simplista y racanil, donde las palabras pronunciadas, en lugar de convertirse en viva luz, se retuercen en torno a uno ahogando las ideas y poniendo en fuga la sospecha. Lo que no deja de ser una pena.