LAS FUERZAS Armadas son caras en cualquier país del mundo. A los contribuyentes españoles les cuestan unos 9.741 millones de euros anuales, de acuerdo con los presupuestos de 2009. De esa cantidad, 2.397 millones se destinan a gastos operativos y 1.743 a apoyo logístico. Estas dos últimas partidas, como todo el mundo puede suponer, guardan relación con la actual presencia militar española en el extranjero.

Aprovechando que en este país está muy arraigado el antimilitarismo -y con fundadas razones, la verdad sea dicha-, menudean estos días dos tipos de informaciones un tanto sensacionalistas con respecto al despliegue en Afganistán. Por un lado están las que hablan de despilfarro, máxime en tiempos de crisis, pues se menciona un millón de euros diarios. Guarismo que ni creo ni dejo de creer, aunque ojalá sólo nos costase 365 millones al año. Por otro lado menudean, igualmente, las noticias según las cuales de misión de paz, nada de nada; aquello es una guerra pura y dura. Basta recordar que en el último enfrentamiento serio de soldados españoles con talibanes murieron trece insurgentes y resultó herido, sin que corriese peligro su vida, un militar español. Si por un golpe de mala suerte -o de buena para los rebeldes afganos, según se mire- se hubiese producido un resultado inverso, el Gobierno del talante habría tenido problemas con la opinión pública. No se le habrían echado a la calle, como lo hacían con Aznar, los cineastas de la ceja circunfleja -esos están bien cebados con dinero público para andar con gilipolleces-, pero Zapatero no se hubiese ido de rositas.

Por añadidura, Carme Chacón, ministra de Defensa, es una pacifista que no sólo considera discutido y discutible el concepto de España, como a su jefe, sino que incluso le molesta el propio concepto de un país cuya integridad territorial está encomendada, precisamente, a unas Fuerzas Armadas de la que ella es en estos momentos no la máxima responsable -esa función le corresponde al presidente del Gobierno y al jefe del Estado-, pero sí la número tres en el escalafón de mando empezando por arriba.

A la vista de esto -carestía en tiempos de crisis agravada por la presencia en el exterior, antipatía de la población a todo lo que suene a cuartel y pacifismo de cartón piedra- cabe cuestionar por qué siguen los soldados españoles en Afganistán, sobre todo cuando la propia señora Chacón acaba de reconocer en el Senado que las tropas corren alto riesgo en ese país, y admite que cuando son atacados responden con contundencia. Si esto no es entrar en combate, que alguien explique lo que es entrar en combate.

¿Por qué siguen los soldados españoles allí?, insisto en preguntar. Pues, porque es el único clavo ardiendo que le queda a Zapatero para no caer en un absoluto vacío internacional. Salir de Afganistán lo enemistaría con Obama tanto o más de lo que lo enfrentó con Bush huir de Irak un domingo por la tarde. Visto así, para él lo de menos es el precio. Eso sí, me pregunto no cuanto nos estamos gastando por estar allí, sino cuánto se está gastando el Gobierno en que aquí estén todos calladitos: actores, sindicalistas y hasta las amas de casas de Alcorcón. Dicho sea con todos los respetos para Alcorcón, que es un pueblo muy respetable.