MEDIODÍA de ayer en la playa de Las Teresitas. Las normas prohíben jugar a la pelota en la arena, pero siempre hay jóvenes jugando a la pelota en la arena, paseando perros o pasándose por el mismísimo arco de triunfo cualquier regla establecida. Después de todo, en España las leyes nunca han constituido una pauta de obligado cumplimiento; son, sólo, una recomendación que uno tiene en cuenta o simplemente se la salta a piola. El caso es que los emuladores de Ronaldo terminan por darle un pelotazo en la cabeza a una señora de cierta edad. Sus gafas de sol volaron por los aires. La señora dio unos pasos, las recogió y siguió caminando sin decir nada. ¿Para qué? "Joder, tío, casi te cargas a la pureta", le dijo descojonado un pibe a otro. Las disculpas pertenecen al pasado.

Por supuesto, no había por allí cerca ningún miembro de la Policía Local. A Dios gracias, claro, pues la intervención de un agente de la autoridad en estos casos muchas veces acaba mal. Basta recordar lo sucedido hace unos días en Pozuelo de Alarcón. Viví algún tiempo allí. Entonces era un pueblo no tan pijo y bastante más tranquilo.

¿Qué está pasando?, se preguntan desde hace bastante tiempo muchos ciudadanos, sobre todo los ciudadanos más afectados; es decir, los profesores, los policías y hasta los alcaldes y concejales de cualquier ayuntamiento. Alcaldes como Antonio Morales, primer edil de Agüimes. No comparto sus ideas, en especial las relativas a la implantación -o, mejor dicho, a la no implantación- del gas en su municipio y en toda Canarias. Aplaudí, sin embargo, su controvertida idea de establecer un toque de queda para los menores en la localidad cuya Corporación preside. Hace poco le pregunté cuál había sido el resultado tras varios años de aplicación. "Excepcional", respondió. "Todos están satisfechos". Todos menos el piberío, supongo, que debe recogerse a una hora prudente so pena de ser conducido a su casa por los guindillas. También en Santa Cruz se implantó tiempo atrás una medida parecida, respecto a "recoger" a los menores que estuvieran en la calle durante las horas en las que, supuestamente, deberían estar en clase. ¿Qué ha sido de eso? ¿Se sigue aplicando? En fin, supongo -y sólo lo supongo- que don Hilario tiene asuntos... ¿cómo decirlo?, ¿políticamente más rentables?, de los que ocuparse.

Hablar de estos temas siempre resulta un poco complicado. Y no porque ayer el Gobierno autónomo parece que por fin ha empezado a enmendar, si no un fraude, sí un abuso de ley. Ya habrá tiempo para escribir de Tebeto. Cualquier asunto de menores, como digo, resulta delicado de analizar en primer lugar porque siempre hay alguien dispuesto a calificar al opinante de individuo resentido con la juventud, los funcionarios, los policías, los profesores, los padres y las madres que los parieron a todos. Una matraquilla que cansa, pero es así.

¿Qué está pasando? Esa es la pregunta. Al menos una, porque de ella emanan muchas más. ¿No es hora de reconocer que nos hemos equivocado con ciertas leyes? ¿No dice el saber popular que rectificar es de sabios? ¿Se puede dejar al albur de las peleas políticas un tema, como la educación infantil y juvenil, que pone en peligro la cohesión de toda la sociedad?