A VECES revisar la historia a veces la historia a veces es un trabajo no del todo imparcial, sino que, en el intento de tanto rebuscar verdades que se dicen que permanecían ocultas como pasadas objetividades camufladas, se vuelve a caer en el anacronismo y en ampliar aún más la falsedad que se trataba de descubrir.

Cuando se cumplen 70 años de la Segunda Guerra Mundial, que se inició tras recuperar el Sarre, anexionarse Austria e invadir Polonia y Checoslovaquia por parte de Alemania, ha habido tal despliegue de juicios, posicionamientos y nuevas informaciones, traducidas en diferentes versiones, que dejan a uno tambaleándose, puesto que muchas de las realidades que ahora se pretenden sacar a la luz no tienen parecido alguno con las anteriores oscuridades que se daban por buenas e inmutables.

El malo, para algunos, no es Hitler, es Churchill. El primer británico fue aún más sanguinario que el dictador alemán, del cual se dice que era un corderito que estaba sometido al influjo de sus subordinados y que ni se enteraba de la mitad de las cosas. Fueron Himmler y Goebbels los que diseñaron planes de guerra, de destrucción y fabricaron holocaustos.

La buena no fue Rusia, que entró en Berlín y declaró el final de la guerra enarbolando la bandera de la paz en la puerta de Brandemburgo. Nos relatan que la Rusia de Molotow fue la que pactó con la Alemania hitlerina para, desde una alianza fascista, una roja y otra negra, repartirse los mercados y sus presencias en el mundo. Y es que se dice que la Segunda Guerra Mundial fue propiciada para obtener cuotas de mercado, para expansionar la industria, sobre todo la de guerra, que fue la que dio trabajo a los 6 millones de parados que había dejado el lastre del crack del 29 y la desastrosa política de la República de Weimar, dando así paso al régimen nazi.

El empecinamiento de Churchill, que sabía que la invasión de Inglaterra a Francia iba a cobrarse más de 10.000 víctimas, no fue suficiente para retrasar esa invasión y no prolongar el sufrimiento porque, de no haber sido así, dicen, la guerra hubiese terminado al año siguiente, en 1940.

¿Quién fue -ahora se cuestiona- más sanguinario: el hombre del puro, con esa cara afable, risueña y de abuelete llevando el tufillo del estigma imperialista inglés, imperio que a partir de ahí se hizo trizas, o el otro, con su bigotito ridículo, su saludo no menos ridículo y memo y su empaque espartano?

Revisiones de la historia, pues, donde Putin admitió de mala gana la perversidad del pacto ruso-alemán que facilitó la invasión de Polonia, no reconociendo la responsabilidad de Stalin en la matanza de Kastyn, ni las atrocidades del Ejército Rojo durante la ocupación de Alemania; así como se deja sin reconocer por parte de los ingleses los bombardeos de Dresde para castigar el nazismo y que originó una escalofriante matanza de civiles.

Todo ello y más, nos sitúa en una nueva tesitura, y por lo que se ve podríamos tener otras informaciones y, seguramente, andando el tiempo y cuando se cumpla el siglo de la invasión de Hitler a Europa, se oficializarán cuestiones con versiones muy diferentes a las actuales.

Pero lo que sí está claro -es una evidencia- es que las guerras las hacen las personas y no las que malviven, las que patean por la angustia de un desempleo o las que se desesperan engrosando las colas del desahucio y desplome individual; las guerras las fabrican los poderosos, los que, enarbolando amores y descalabros patrios y alentados por los poderes fácticos, han hecho del mundo su capricho, defendiendo sus propios intereses y metiéndose en el mejor y más fructífero de los negocios, que es el de la guerra. Y si ese capricho y esa aventura cuesta más de cincuenta millones de muertes, no importa. más tarde vendrán los "justificadores" de turno, los llantos y las glorias patrias a decirnos de su necesidad, y que para defender la vida no hay otra alternativa que favorecer la muerte. Siempre ha sido así. Es una constante de la historia, y no cambiará, por más que se intente dar esta o aquella versión. Todas coinciden en un mismo punto: en la ignominia que se inocula en la conciencia de los instigadores.

Y las confusiones. Como las del ataque producido en Afganistán por los aviones del mando otánico, que se ha llevado por delante un centenar de vidas humanas. Confusiones cuando las tropas destinadas en Irak por el Gobierno español se decide por mandato imperativo su vuelta a casa, y ahora, en un alarde de despiste y en unas tropas que se dicen van en son de paz en Afganistán, se convierten en ejército agresor, y ya no sólo es la bandera de la paz la que se enarbola, sino también que son los cañones de los tanques los que se dirigen hacia no se sabe quién. Ahora son insurgentes, luego cuadrillas para el bandidaje y otros grupos de resistencia talibanes.

Confusiones que es de esperar que no tengan prolongación y proyección por aquí, por las Islas, y aparezca ningún tipo de movimiento represaliador por parte de los que protegen el islamismo radical, puesto que los soldados que han mantenido estas refriegas en las que han muerto una veintena de talibanes, o son canarios o pertenecientes a fuerzas militares destacadas aquí. Esperemos que se olviden de nosotros y no nos tengan bajo su punto de mira, y como tantas veces sucede ignoren dónde están las Canarias.

Presiones de la historia por los que, agazapados, ahora aparecen con nuevas florituras. Confusiones por los que dicen unas cosas y mandan otras. Revisiones de los que ahora pretenden situar las cuestiones en lugares diferentes a los de antes. Confusiones que no merman la capacidad de asombro de muchos y que irá acrecentándose ante la marea demagógica que terminará ahogando a los que, no sabiendo cómo salir del atolladero, sigan inventando guerras, guerritas, o como se las quiera llamar, para proteger el negocio que producen los campos de amapolas de aquel territorio asiático.

Y entretanto, eso, a verlas venir y a expensas de que nos cuenten nuevos cuentos chinos.