EL PRÓXIMO domingo, 26 de julio, festividad de San Joaquín y Santa Ana, tradicionalmente se celebra el "Día de los Abuelos". Todavía no institucionalizado del todo y aún -gracias a Dios- no ha sido reivindicado por ningún partido político ni sindicato.

Como se sabe, en todas las culturas a lo largo de la historia, la figura de los abuelos ha sido altamente valorada, respetada y protegida, pues ellos ostentaban el título de patriarcas, ancianos o jefes de la tribu; es decir, se consideraba a los de mayor edad: los de más experiencia, los honorables o de mayor sabiduría. Por ejemplo, en Japón, todavía en la actualidad, el vocablo "mayor" o "viejo" es sinónimo de sabio.

En Occidente, hoy, los abuelos no son tratados como en las culturas orientales y africanas. En los países industrializados, como por ejemplo España -con tantos parados-, los abuelos en muchos casos sobran. Si nos descuidamos, podemos llegar a identificarnos con lo que escribe un amigo mío de Lérida, Luis Cassany: "Un abuelo, en esta época, es una mezcla caótica de padre-vigilante-canguro-perro guardián, sin voz ni voto".

Puede parecer algo exagerado, pero desgraciadamente conozco casos en los que así se les valora. ¡No!, ¡no!, esto no podemos permitirlo y, si hace falta, debemos rebelarnos. Es cierto que una cosa es ser abuelo y otra ejercer como tal; porque, hoy por hoy, ser abuela o abuelo no es fácil. Pero aún así, pienso que, mientras conservemos el último aliento, no debemos renunciar a ello.

Para ejercer como abuelos se me ocurren varias ideas, aunque hay que ser realistas y medir las fuerzas, para no dar la nota. Ante todo, alegrarnos la vida y alegrársela a los más cercanos, de manera especial a nuestra esposa o marido y a los que conviven con nosotros -en esto tenemos que ser ejemplares, porque eso anima mucho-; tratar de evitar transcurrir las horas cara al sol, sin nada que hacer ni a nadie a quien atender, y renunciar a darle vueltas al "reuma" y prescindir de ir al médico, a no ser por algo serio -como me aconsejó un amigo médico con mucha experiencia-.

Son tantas las cosas que podemos hacer los abuelos; y más si estamos jubilados o prejubilados... Por supuesto, echarles una mano a los hijos con sus hijos, si se puede, ya que ellos, con los tiempos que corren, lo tienen difícil. ¡Qué maravilla y qué alegría, estar con los nietos, pasear con ellos, contarles cosas y escucharles! Esto hay que vivirlo. Pero cuidado, tampoco se puede permitir que los hijos, los padres de los nietos, consideren que esa alegría nuestra y ese íntimo gozo son una obligación para nosotros y que además pretendan imponer los horarios y las condiciones de cómo hacerlo.

¡No! Abuelos sí, pero no canguros. Y esto con franqueza: "Más vale ponerse un día rojo que ciento amarillo". Si estamos jubilados, el tiempo es nuestro, por lo que podemos invertirlo como mejor nos parezca, sin tolerar que otros nos lo planifiquen. Hay personas que se divierten con los nietos - tal vez porque no se lo imponen como obligación-; a otros sus fuerzas les dan para ir tirando, aunque ver a los hijos, a los nietos y sentirse queridos es todo uno y eso anima a todos.

Tampoco se trata de obsesionarse con los nietos. Lo importante es estar ocupado y hacer algo que nos apasione y que esté a nuestro alcance, pero ¡con "marcha"! Hay que hacer un esfuerzo. Por ejemplo, escribir, pintar o cantar... En Santa Cruz y en La Laguna -ahora unidas por el tranvía- siempre hay exposiciones, conferencias y audiciones...- aunque haya que llevar el audífono-; y también se puede nadar, que es un deporte asequible a cualquier edad. Pueden organizarse excursiones, con los nietos o sin ellos; en Tenerife tenemos pueblos maravillosos: Tacoronte -con el mayor encanto para mí-, El Sauzal, La Victoria, La Matanza o Arafo... y terminar con un vasito de vino tinto, que es reconfortante. Si el problema son los dichosos "puntos", pues que él y ella se alternen al volante.

Los abuelos, en cualquier caso, se merecen un respeto y la consideración que, sin duda y sin pedir nada a cambio, se han ganado a pulso. Sobre todo, cuando van entrando en años y han completado "todas las horas de vuelo" -como decía mi padre-. Lo que importa es que se les acepte como son, se cuente con ellos y se les quiera de verdad. El regalo del próximo domingo es lo de menos.

* Orientador familiar

y profesor emérito del CEOFT