EN TODAS estas cosas, para gustos se hicieron colores, parto personalmente del respeto hacia quien no piense igual, pero, oiga, también podré expresar mi opinión. ¿No?

Considero que los ritos religiosos y las celebraciones populares, en general, no son el lugar idóneo o más indicado para hacer gala de excesos y alardes de banderas. Y no es que lo considere yo solito, sino que en los sitios en los que más se ha profundizado en este debate se ha llegado a esa misma conclusión.

En Pamplona, en San Fermín, por ejemplo, después de kilotones de cabezonería por muchos años, la gente ha dejado de lado a los valedores fanáticos de unas u otras banderas, unas y otras, y se dedica a pasarlo bien en su fiesta con su pañuelo rojo. Punto.

En una adoración de una Virgen, de un Cristo, de un santo, en una procesión... y en temas relacionados con Dios parece desfasado el empeño en levantar simbologías que, superadas la dictadura y la historia que se ancla en esos tiempos de estrechez, se puede convertir en un patetismo. Esa conducta lleva a la misma artificialidad que en los años en los que no había ninguna luz. Vaya usted con Dios y no cuente batallas pareciendo carecer de otros argumentos.

Se supone que la fuerza de las fiestas radica en el pueblo, y el pueblo, afortunadamente, es plural. ¿Qué necesidad?

Según la tradición, la Virgen de Los Reyes llegó a la isla de El Hierro el 5 de enero de 1546 en un barco que paró en la Isla para comprar víveres. Unos pastores bimbaches cambiaron leche y queso por una pequeña talla de la Virgen.

Durante 28 kilómetros, la Virgen de Los Reyes es trasladada desde la ermita de Los Reyes hasta la Villa de Valverde entre bailarines y manteles en el suelo. La Bajada de la Virgen se celebra cada cuatro años. Este año toca, y en ella es trasladada desde su santuario, en La Dehesa, despoblada tierra de míticos pastores, hasta la capital de la isla, Valverde.

El motivo que dio lugar a esta romería fue la pertinaz sequía que en 1740 sufrió la Isla y asoló ganados y diezmó a los habitantes. Para rogar la salvación, estos marcharon a la cueva del Caracol a pedir agua, y allí auparon a su madre "La Virgen" y la llevaron en procesión de rogativas a Valverde. Al llegar a la montaña de Ajare, el milagro se hizo. Una lluvia torrencial se desencadenó sobre la Isla.

En esta fiesta de extraordinario sabor folclórico, desempeñan un papel fundamental los bailarines, que se van incorporando a la procesión a medida que la Virgen pasa por los pueblos del obligado y tradicional itinerario.

La música de la Bajada está compuesta por más de veinte danzas cortas, todas distintas y música propia, Santo Domingo, Redondo, Tajaraste, etc. Los bailarines van cambiando de toque y de ritmo según el pito o flauta travesera de seis agujeros, hecha artesanalmente, por las chácaras y los rimbombantes tambores.

Colocados en filas, representan el sentir canario, cambian su posición avanzando y retrocediendo, por medio de hábiles y complicados movimientos y saltos. Los vestidos que utilizan son de un rico colorido, diferentes de los demás trajes típicos de las Islas. Sus gorros o capuchas, además de otros muchos elementos, están enraizados claramente en las vestimentas aborígenes.

Se mezclan los ritmos de tambores, pitos y chácaras con lágrimas y rezos a esta Virgen que es muy especial. Algo que llama la atención, aparte de su tamaño (es muy pequeñita), son sus grandes ojos abiertos y luminosos con los que parece que nos mira.

El camino de la Virgen se divide en rayas. Al llegar a cada territorio, el pueblo al que pertenece tiene el honor de transportar el camarín de la Virgen hasta la siguiente raya, tardando lo más posible en llegar hasta allí. Esto alguna vez desbordó la cordura.

Una vez en Valverde se sucederán diferentes actos, culminando con la próxima subida. La Virgen de Los Reyes desandará lo andado para volver a su ermita de La Dehesa.

Coloquémonos en el siglo veintiuno y andemos el camino con los vientos brumosos de nuestro lugar o tiempo y de nuestro sitio en el mundo. Al pan, pan y al vino, vino o al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios ¡Canarias!