HACE bastantes años que en una nación europea, entre tantas en este Continente, se fundó un club reservado exclusivamente para chicos inteligentes. A los alumnos, previamente al ingreso, se les sometía a un test para medir los grados de su inteligencia. Los verdaderos inteligentes, normalmente, no pasan del dos por ciento de los aspirantes.

De forma menos programada, pero con el mismo espíritu de casta, existe también en la Iglesia un auténtico clud de los "listos", de los que se las saben todas en materia religiosa, pues, tienen mil argumentos para cada duda; de los que tienen las patentes del éxito en el apostolado, pues, cuenta con mil fórmulas para penetrar en los ambientes; -son los que conocen el secreto de todos los resortes modernos: encuestas, muestreos, equipos técnicos...

Aquí, el peligro no estriba en su inteligencia, que es don de Dios, ni en sus técnicas depuradas, que pueden servir -y de hecho sirven cuando se usan rectamente- a la causa de Dios, sino en su suficiencia religiosa que es, por definición, una postura anti-Dios.

El tipo "listo", tanto en lo religioso como sin fe, es un fariseo en adaptación de última hora: muy seguro de sí mismo, muy pagado de sus peculiares métodos. Es posible, o lo es, que la diferencia viene marcada por el modernismo a ultranza de los unos y el tradicionalismo sempiterno de los otros. La característica de los "listos" es una sonrisa despectiva y burlona.

Sonrisa burlona de los curitas y religiosos "listos", expertos en técnicas modernas de apostolado y en mecánica de garaje, que mira con compasión a los viejos métodos de los curas y religiosos de antes. También, sonrisita burlona de las monjitas "listas", doctas en paraliturgias y en baloncestos, que capitanean festivales deportivos y arrinconan reuniones de apostolado. Igualmente, la sonrisa del seglar "listo" adulto que arrumba reuniones masivas y programa la conquista del mundo, desde la endeble plataforma de unos cortos equipos de comunidades de base.

Nos encontraremos con situaciones en las que tendremos que abandonar viejas costumbres, como lo ha hecho la misma Iglesia, pero no nos pasemos de listos; no anatematicemos, por sistema, viejos moldes que pueden ser modernizados; no canonicemos modernos usos antes de que sean sancionados por la experiencia; no arrinconemos antiguos métodos de apostolado antes de haberles buscado una sustitución adaptada y digna. Y, sobre todo, demostremos nuestra inteligencia y nuestra buena voluntad en la serenidad de los cambios y en el respeto hacia los puntos de vista ajenos.

Y, por último, hagamos oración y perseveremos en ella con el testimonio de las obras. Entre tantas, ésta: "Aparta de nuestra vida, Señor, esa desgraciada suficiencia que nos roba la alegría de tu presencia y concédenos el don de un corazón sencillo que se abra de par en par al amor y la compresión de todos los hermanos".

* Capellán de la clínica S. Juan de Dios