AÚN ESTAMOS a tiempo. No podemos seguir destruyendo nuestro paisaje, nuestro entorno, nuestro hábitat; no podemos seguir construyendo en todas direcciones, socavando a la Madre Tierra, alterando el color, el olor y el sentido de la tierra canaria, que es quien nos proporciona la energía vital, el equilibrio y la armonía de la que estamos hechos.

Es necesario salir de aquí y vivir otras vidas, en otros lugares, para sentir de veras la ausencia de esa energía. Es un sentimiento único que nos recuerda con nostalgia la paz, la tranquilidad y el sosiego que conforman la idiosincrasia de la mujer y de los hombres canarios y de cuantos, con el tiempo, y aunque no hayan tenido la suerte de nacer aquí, se han impregnado de ella, atesorándola con vehemencia en su corazón.

No podemos seguir cambiando el verde jaspeado de nuestros campos por el gris taciturno de la tabica que no sólo no respeta la arquitectura tradicional canaria, sino que también afea, empobrece y deteriora nuestra forma de vida, cubriendo nuestra tierra de crueles cicatrices ante la desidia de algunos políticos y la indiferencia más absoluta de la mayoría de los ciudadanos, revestido todo ello de la avaricia especulativa de quienes se enriquecen sin importarles hundir aún más el puñal en la Madre Tierra.

Y lo curioso del caso es que la mayoría de las veces han de venir de fuera a revelarnos lo que hemos decidido -sin saber aún muy bien los motivos- ignorar. La tierra canaria es única en su diversidad y, tratándola y cuidándola con respeto y mesura puede resultar generosa y agradecida. Pero no podemos seguir explotando por más tiempo sus riquezas; deformando y alterando el "statu quo" que la naturaleza y las generaciones que nos han precedido nos han brindado tan espléndidamente.

Para alcanzar el equilibrio que nuestras islas necesitan es necesario diversificar el objetivo de nuestra propia subsistencia: está mal visto guardar todos los huevos en la misma cesta. No podemos seguir apostando por el turismo y el sector servicios como casi los únicos proveedores de nuestra economía. No podemos seguir creciendo en un solo sentido, porque hay sentidos que no tienen un buen final.

Debemos volver a nuestras raíces, poniendo los pies en la tierra para sentir su energía y su llamada. Vivir en contacto con la naturaleza, impulsando la agricultura, la ganadería, la pesca, los oficios artesanales?; volver la mirada al mar para impregnarnos de su olor a sal, y revestirnos de su inmenso color azul, que, junto al benigno sol que nos acaricia, conforman nuestras señas de identidad. A ver si así, dominando el tiempo y el espacio, lo podemos acomodar mejor a nuestra forma de ser; no en vano, presumimos de ese ritmo, que se ha convertido en todo un estilo de vida, y que podemos definir como ese tiempo que transcurre entre vaivenes de sonidos proporcionados por las inmensas hojas rasgadas de las plataneras, y el de los chasquidos de la fruta madura al caer a la tierra que nos vio nacer.

Canarias, tierra mágica y afortunada, también lo es de oportunidades y de duro trabajo, de reencuentros y de olvidos, de sacrificios y de esperanzas. Canarias siempre te puede sorprender y te puede enseñar, cuando la hieren, la acotan, o la intentan explotar, que vivir en el edén también tiene su precio y su medida; pero cuando se vive aspirando a darle un sentido positivo a la vida, intentando convivir con la naturaleza en paz, respetándola y obteniendo de ella sus mejores recursos; entonces podemos sentirnos unos privilegiados por poder disfrutar de un trozo del paraíso.

Como sin duda lo es "La Casa del Pintor", una finca rural en las inmediaciones de Arico, Tenerife, un lugar mágico situado a 600 metros de altitud, entre el océano Atlántico y el padre Teide, y donde, por las noches, el lugar es iluminado por unas lejanas estrellas plateadas que protegen un vergel repleto de flores y plantas autóctonas que se entremezclan con diversos árboles frutales que proporcionan, además de sombra, un aroma a azahar y a melocotón que te endulzan la vida y arropan a quienes tienen la suerte de vivir la experiencia maravillosa de compartir unos días en una de las casas rurales que se encuentran diseminadas por la finca, cual joyas engarzadas en un pequeño y rutilante mar verde, presidida por una antigua mansión canaria, primorosa y ejemplarmente restaurada.

Sus propietarios, Carlo e Ingrid, son el "alma máter" de ese trozo de paraíso que tiene como virtud la paz, la tranquilidad, el silencio y la hermosura rasgada y gratificante que te proporciona el placer del reencuentro con la Madre Tierra. Es un lugar no sólo con encanto, sino también repleto de energía positiva, vigilado y controlado a la perfección por un estupendo y alegre cachorro de hembra de pastor alemán, que te "adopta" -si vas con buenas intenciones- nada más verte. Allí puedes descubrir, a través de la pintura de Carlo Forte, colores y sensaciones que te impactan, despertándote el espíritu y haciéndote sentir la energía de la tierra; y gracias a Ingrid, elegante por dentro y por fuera, puedes serenar ese mismo espíritu y controlar la energía que se te arremolina en torno a tu persona encauzándola hacia tu propio beneficio y provecho.

Gracias a ellos dos por mantener abierto el canal adecuado para conservar viva la esperanza de que otra Canarias puede ser posible. Cuidándonos nosotros y velando por nuestra paz y por nuestros intereses, seremos capaces de hacer lo mismo por sacar adelante nuestra Tierra.