EN LA ISLA de La Palma -como dicen que hacía Brasil cuando quemaba el café producido en el país para que no bajara de precio, mientras los brasileiros, a falta del oloroso y "espabilador" grano, tenían que desayunarse con hierbahuerto y espabilarse a fuerza de empujones y menos cuando el sujeto o la sujeta dormían a pierna suelta-, en La Palma, decía, no se queman los plátanos porque no son combustibles, pero se tiran al barranco nada menos que 18.000 kilos de bananos de producción propia, con el mismo objeto por el que Brasil quemaba su café. Entienden los palmeros autores de este voluntario e incomprensible despilfarro que, desaparecido el plátano, se acabaron los negocios que hacen con esta fruta los importadores europeos.

No han caído estos paisanos nuestros, que estudian por libre pero en malas escuelas, que esto es lo que, socarronamente, esperaban los importadores del banano para mandarnos a los canarios a tomar por donde cargan los camiones y hartarse de comprar fruta incomparablemente más barata en los mercados centro y suramericanos, donde el plátano puede comérselo cualquiera sin pagar un céntimo, debido a la abundancia, cogiendo él mismo la fruta, sobre la marcha, en las propias plataneras de los campos.

No es la primera vez que en Canarias se tira la fruta a los barrancos, aunque, que se sepa, la causa no ha sido nunca porque bajen los precios del producto. Ha ocurrido con el tomate, pero por una causa distinta, concretamente, porque no se han podido embarcar las partidas de fruto para su destino, casi siempre europeo. Han fallado los barcos o se han retirado los pedidos y los tomates o quedaban sobre el muelle y allí mismo se repartían entre las personas que acudían a pedirlos, o pasaran de la mata a las barranqueras en las que se apilaban y podían cogerse libremente, lo que agradecían los mismos cosecheros, porque el destino de esa fruta sin embarcar era terminar podrida. En una de esas ocasiones, recuerdo que escribí un artículo en esta columna que tiene bastantes años de antigüedad.

En aquel escrito destaqué la mala suerte de los cosecheros al tener que soportar grandes pérdidas por el fruto no embarcado, pero apuntaba que, en vez de tirarlo a los barrancos, podría haberse entregado a los hospitales o centros benéficos para que fuera aprovechado por los internos en esos establecimientos. Ahora, cuando la crisis no respeta a nadie y cuando hay gente que tiene que comer en entidades benéficas o quedarse sin comer, es tiempo de pedir a los plataneros de La Palma que esa fruta que, en tan considerable cantidad arrojaron a los barrancos, pueda ayudar a mitigar el hambre de muchas familias canarias. Que, aparte de una verdadera sinrazón, es una patente falta de solidaridad, de caridad y hasta de piedad por el prójimo necesitado que se tiren al barranco dieciocho toneladas de plátanos por esa estupidez supina, que va a producir efectos contrarios -como los que he mencionado- a los que los despilfarradores esperan lograr.