CADA AÑO, más o menos por estas fechas dependiendo del calendario religioso, se celebra en La Orotava el baile de magos. Omito la palabra tradicional porque, la verdad sea dicha, muy tradicional no es. Antes, que yo recuerde, no existía. Al menos durante la noche del viernes y la madrugada del sábado que median entre la Octava del Corpus Christi y la tradicional romería de San Isidro, que en este caso sí tiene alcurnia añera. Además, por supuesto, de ser la fiesta más bonita que hay en Canarias, si hemos de hacerle caso a la conocida copla.

Les cuento esto porque también cada año por estas fechas suelo darme un paseo por los accesos a la Villa en las primeras horas de la mañana. No voy a decir que me divierte ver una ristra de vehículos detenidos en los controles de alcoholemia de la Guardia Civil porque en realidad no me divierte. Ni siquiera, en contra de lo que alguien pudiera pensar, me produce una curiosidad morbosa. Tan sólo una curiosidad curiosa -redundo a propósito- por saber si todavía hay gente, sobre todo gente joven y, en consecuencia, inteligentísima, y mejor preparada que cualquier generación anterior, que desconoce las consecuencias de conducir en estado de embriaguez. Consecuencias para ellos mismos y, lo que es peor, para cualquier persona inocente y ajena al jolgorio que se lleven por delante. Situación que invita a pensar, porque realmente es así, que lo menos malo entre lo mucho que les puede ocurrir a determinados insensatos es la multa y los puntos perdidos en el carnet.

Ayer por la mañana, amanecido ya el citado baile de magos, les puedo asegurar que el espectáculo en los controles era el mismo que el de años anteriores, y que diferirá en muy poco, probablemente, del que cualquiera de ustedes podrán ver, si ese es su deseo, dentro de doce meses también por estos días de festejos villeros.

Caer beodo en un control de la Guardia Civil de Tráfico es un infortunio personal que puede evitar una catástrofe colectiva. Otros asuntos pueden ser más delicados desde el punto de vista de sus consecuencias. Por ejemplo, lo que le ha ocurrido a una estudiante sevillana residente temporalmente en Turquía en virtud del programa de intercambio universitario Erasmus. Tras leer la información sobre el asunto, por cierto muy detallada, tengo formada una idea bastante cabal de lo que posiblemente ha ocurrido. El caso es que esta muchacha será juzgada el próximo 1 de julio por propaganda terrorista. Un acto delictivo según la legislación que la hace merecedora, a juicio del fiscal, de ser condenada a estar en la cárcel entre dos y cinco años, además de pagar una multa de unos 50 millones de euros. ¿Su "error"? Haber asistido a una manifestación, al parecer previamente autorizada pero luego no, a favor del pueblo kurdo. Según cuenta, todo se desarrolló con normalidad pues no hubo enfrentamientos con la policía. Ahorro los detalles -la historia está publicada por ahí para que la lea quien lo desee- y voy directamente a la consecuencia: semanas después, cuando la chica se había olvidado del tema, la llevaron a una comisaría de Policía y le mostraron fotos suyas, obtenidas sin que ella lo supiera, en la mencionada manifestación, amén de otros documentos extraídos de su ordenador personal cuando le registraron el piso. Por si fuera poco, una compañera del piso que compartía con otras tres estudiantes la vinculó a un partido político no prohibido en Turquía, pero sí situado en el portaobjetos del microscopio policial por sus simpatías con el PKK; organización que sí está considerada terrorista no sólo en ese país sino en toda la UE. Le deseo lo mejor a esta chica. Es más, estoy convencido de que al final saldrá ilesa de la aventura; ojalá no me equivoque.

¿Qué une un control de alcoholemia tras un baile de magos y una detención en Estambul por propaganda terrorista? Simplemente, la ingenuidad; la candidez de ponerse el mundo por montera, porque estamos acostumbrados a una sociedad -la española- que peca de muchas cosas, entre ellas la indolencia del todo vale. Aunque muchas veces no vale todo.

rpeyt@yahoo.es