Aquel día que todos quieren olvidar, aquel momento del que nadie quiere acordarse, un mar de acalorados dimes y diretes recaló en la arena de una querida playa santacrucera salpicándolo todo. Las suaves olas que hasta entonces alcanzaban pausadamente su orilla se volvieron revoltosas, pues presentían que su fiel compañera de tantos cálidos días y tantas noches de plenilunio iba a caer en el olvido, y así fue; hoy, este hermoso rincón de la ciudad suspira clemencia bajo un sol de paciencia y desidia. Mientras, la esperanza espera desesperada el despertar de las conciencias "pensantes".

A nadie le coge ya por sorpresa que nuestra entrañable playa de Las Teresitas siga "patas arriba y cancaneando". La culpa de sus desdichas y abandono, sin duda alguna, la tiene la política; sí, sí, como lo leen. ¿Y quién o quiénes salen perjudicados al final con todos estos "teje-menejes poltroneros" que se dilatan en el tiempo? Mira cómo lo saben, el pueblo ¿verdad? ¿Y quién si no? Él es el eterno sufridor de tanta dejadez e injusticia y es a la vez espectador de los vaivenes políticos que se mueven al compás de los tiempos. Mientras nuestro litoral -entre otras cosas- se muere de asco y de vergüenza, algunos responsables del tema que nos ocupa están a la greña, políticamente hablando claro. A mí todo esto me hace recordar a una mala partida de ajedrez; en ella se empieza "comiendo" el peón y se termina con la jaqueca, digo, con el jaque mate. Así no se va a ninguna parte, está más que demostrado. Hay que buscar soluciones e impedir que éstas se pierdan en una nebulosa de meses y hasta años; hay que "desatascar" políticas y avanzar por el bien de todos, por el bien del pueblo que al fin y al cabo es el que más cosecha y el que menos recoge. A veces, se me hace imposible creer que una ciudad como la nuestra, tan amplia y luminosa, nacida a orillas del mar, se le haya hecho crecer de espaldas a ese Atlántico maravilloso que tantos tonos azules y emociones nos regala. Una ciudad como Santa Cruz de Tenerife, capital de una isla que está entre los principales destinos turísticos internacionales, no merece esta desidia política para con sus lugares costeros de esparcimiento. Las Teresitas da pena verla; el Balneario, cayéndose a plazos; nuestro Valleseco, si te he visto no me acuerdo, y el Parque Marítimo, cerrado por no sé qué. ¡Lo que hay que ver!, en lugar de avanzar, retrocedemos.

Actualmente -según me cuentan algunos asiduos visitantes de la playa-, los baches y tufos olorosos forman parte del triste paisaje de entrada a Las Teresitas, una tarjeta de presentación de lo más original, con polvareda, vallas y charcos incluidos. Y eso no es todo; en cuanto a los servicios que brinda la playa a sus usuarios, dicen que de momento dejan mucho que desear. Imagínense ustedes cuando empiece a apretar el calor y la gente se acerque en masa a la playa para pasar un ratito de su tiempo. ¿Dónde van a aparcar tantos coches?; como no habiliten sitio para ello me parece que habrá que ir en bicicleta. De pena, ¿verdad? En fin, una caña y a pescar. Y así nos va, por ser tan confiados.

Como una flor de coral, /

que entre montañas dormía, /

se doraba al sol la playa, /

junto al mar que la vigila. /

La brisa la despertó, /

una mañana sin prisas, /

levanta ya Teresitas, /

ya está bien de estar dormida. /

victoriadorta@live.be