"VOY A LANZAR un aviso claro a ETA: vamos a acabar con ellos", ha dicho el lehendakari, Patxi López, inmediatamente después de conocer el atentado terrorista de ayer. Frase, ustedes se harán cargo, que probablemente no le ha quitado el sueño a ningún etarra. Más bien todo lo contrario. A estas alturas se estarán riendo a mandíbula batiente. No porque lo que diga el lehendakari López les suene como el pito del sereno -que les suena-, sino porque esa frasecita la llevan oyendo, al igual que todos ustedes, hace mucho tiempo sin que les suceda nada.

Resulta curioso que cuando se habla de intransigencia total con los terroristas, al igual que se ha establecido la tolerancia cero para los maltratadores, se critique al único partido y al único líder de un partido que realmente puso a ETA contra las cuerdas. Me refiero al PP y a José María Aznar, quien con su política de sacar a la izquierda independentista vasca de las instituciones, la dejó literalmente sin gasolina. Por desgracia las cosas cambiaron cuando llegó un chico de León, al que alguien le dijo -o se lo dijo él a sí mismo; igual da- que podían darle el Premio Nóbel de la Paz si conseguía que ETA entregase las armas para siempre; una especie de Ulster a la española.

Ahora parece que Zapatero, Patxi y algunos socialistas más se han dado cuenta de que ese no era el camino. No podía serlo porque lo único que quiere ETA es un País Vasco segregado de España y convertido en una dictadura del proletariado. Algo así como Cuba o Corea del Norte, donde un politburó decida todo lo susceptible de ser decidido sobre los ciudadanos que controla al milímetro. Un anacronismo que, pese a tratarse de un disparate intrínseco no sólo desde el punto de vista político, sino también del social, le ha servido como elemento de presión al PNV para negociar en Madrid. Negociar aspectos justos o, cuando menos, sensatos para Euskadi, que nadie entienda mal, pero en un proceso que se hubiese desarrollado con más atuendo democrático sin la permanente espada de Damocles de la bomba lapa, el coche bomba o, simplemente, el tiro en la nuca al mejor estilo nazista o estalinista. Condenas aparte, indudablemente, aunque en estos casos hace falta algo más que condenar; hay que poner encima de la mesa la voluntad necesaria no para que el terrorismo se acabe por sí mismo de una vez, sino para acabar activamente con el terrorismo de una vez.

Sobraban, igualmente, los experimentos no del PSOE sino de Zapatero. Los GAL fueron un error y algo más que un error. Pretender que la serpiente se desenrosque del hacha, y que el hacha deje de golpear las cabezas que no piensan según el credo etarra, supone un yerro todavía mayor; una equivocación sustentada no en la incapacidad para vislumbrar que algunas acciones -por ejemplo, el terrorismo de Estado- terminan por volverse en contra de quienes las impulsan, sino en la ingenuidad. Está en la naturaleza del alacrán clavar el aguijón.

Queda un punto no por mucho repetido menos digno de mención: la vergüenza de ser el único país europeo que sigue padeciendo el terrorismo activo.