CONTINÚA el debate sobre el tren de la tercera isla, incluso entre los propios canariones. Román Rodríguez, comunista irredento, quiere limitar el uso del coche particular cuando circule ese tren, del que enseguida volveremos a ocuparnos. Por su parte Nardy Barrios, concejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Canaria, asegura que no existe ningún informe económico que avale la viabilidad de tal medio de transporte. Por supuesto que no. La señora Barrios, toscalera de origen, se ha destacado siempre por atacar a Santa Cruz y defender a Las Palmas. Allá ella con una actitud que ya le hemos reprobado en numerosas ocasiones. Sin embargo, en este asunto del trencito canarión estamos perfectamente de acuerdo con ella.

Nada tendríamos que objetar a este proyecto si se pagase con dinero del Cabildo de la isla amarilla o con la fortuna personal de Román Rodríguez, pues suponemos que el ex presidente del Gobierno de Canarias es un hombre rico. No obstante, incluso costeado con fondos propios, ese tren supondría las carcajadas de todo el mundo -ya que los canariones son mundiales del mundo mundial- apenas pusieran la primera traviesa de las vías. Qué decimos en todo el mundo: las carcajadas sonarían en toda la galaxia, pues los de allá también se creen galácticos. ¡Qué bochorno causan estas majaderías suyas en el resto de las islas! ¡Qué vergüenza ajena nos hacen pasar!

¿A quién se le ocurre pretender un tren en una islita? En Canarias no caben trenes, salvo en la principal y más grande de sus islas, porque no hay recorrido ni pasajeros suficientes para este tipo de transporte. ¿A dónde va Canaria con un ferrocarril si sólo es una cagadita de mosca en el mapa? Convénzanse, señores de allá: hablar de trenes es hacer el ridículo. El pueblo canario se ríe de ustedes porque ese proyecto es de chiste; cabe perfectamente en los inventos del TBO, pero nada más. Además, el propio Román Rodríguez, ínclito enemigo de Tenerife, ha reconocido que será difícil llenar ese medio de transporte, pues fuera de la ciudad de Las Palmas no hay suficiente población. Ese trencito es consecuencia de la ampulosidad y el "portuguesismo" de los canariones. Sin embargo, nada objetamos, insistimos, si dicho capricho se paga con dinero propio. Recurrir a la hacienda de todos los canarios, máxime en tiempos de crisis, resulta intolerable.

A los dirigentes políticos canariones les puede la envidia. Se sienten menos porque Tenerife tiene un tranvía que funciona muy bien, a la vez que gestiona un proyecto de tren como es debido. Román Rodríguez es un megalómano que sólo aspira a extravagancias caras para Canaria. Ya enseñó la patita cuando la obra faraónica del Hospital Negrín, construido en detrimento de la asistencia sanitaria que recibe el resto de Canarias y, de forma especial, Tenerife. También han disfrutado los canariones de los regalos en Obras Públicas que les hizo Antonio Castro Cordobez. Pese a esas dádivas, CC ha sido barrida de Las Palmas. Sólo les queda Lobo -un político inservible-, y una señora dada a los orgasmos políticos llamada María del Mar Julios; la misma que pidió leer la reprobación contra EL DÍA para sentir una oleada de satisfacción mientras lo hacía. ¿De qué les sirven, incluso a Las Palmas, estas inutilidades políticas?