AHORA que, gracias a la ideología de la confusión implantada en España por la izquierda radical, todo es relativo, discutido y discutible, comenzando por lo que se entiende como nación y terminando por el propio ser humano, algunos nos hemos dado cuenta de que la dejación de responsabilidad por parte de este Gobierno socialista ante la crisis que vivimos está milimétricamente calculada; entre otras razones porque sabe que su inanición en este tema, como en tantos otros, permanecerá impune gracias a la indiferencia escalofriante, a la desidia y al ablandamiento bizcochado de la mayoría de la sociedad civil; por ello, ha decidido quemar etapas hacia una meta donde las voluntades, tanto colectivas como individuales, terminarán, tarde o temprano, cediendo espacio ante un desmesurado positivismo jurídico, impregnado de una ideología de género e implantado por una política de cuotas que ampara a un feminismo radical; feminismo cuyas posiciones sectarias están siendo reflejadas en determinadas leyes, no sólo de forma arbitraria, sino que la mayoría de sus iniciativas legislativas van en contra de la razón, del sentido común y, sobre todo, de la propia ley natural.

Es, pues, evidente que deberíamos estar algo más preocupados por la crisis moral y de valores por la que estamos atravesando que a la larga probablemente tenga peores consecuencias para nuestra futura convivencia que la actual crisis económica, que puede ser meramente coyuntural. De hecho, no deja de ser un insulto a la inteligencia que las ministras más proclives al aborto -por cierto, ninguna de ellas ha parido con o sin dolor- estén afrontando la futura ley de ampliación del aborto desde una posición encarnizada e intransigente, que más parece que defendieran el derecho a no reproducirse; abordando todo lo referente al útero materno como si se tratara de una alternativa despreciable; como si lo que realmente intentaran fuera la liberación de las mujeres de la "tiranía" de su propia naturaleza biológica y, por tanto, intentaran sustraerlas de la necesidad de pasar por un despreciable e innecesario proceso de embarazo.

Poner como excusa, como ha hecho la ministra de "Igual-da" -cuyas palabras al respecto ofenden no sólo al pensamiento sino también a la razón-, que si una menor de dieciséis años puede "ponerse tetas" o "sacarse una muela" sin el permiso expreso de los padres o tutores, y no pasa nada (?), por considerar ambas intervenciones como prestaciones sanitarias, ya que, por lo visto, es la edad en la que la mujer puede decidir por sí misma llevar a cabo cualquier intervención sanitaria sin permiso de nadie, y, siguiendo ese hilo conductor, lo mismo tiene derecho a que le practiquen un aborto, es no sólo demostrar una indigencia intelectual alarmante, sino también una cierta catadura moral, al pretender situar la vida de un ser humano en medio de una cruzada ideológica que viene a colisionar directamente con los principios y convicciones morales, éticos y religiosos de la inmensa mayoría de los españoles; además de cometer la imprudencia política de supeditar la ciencia y esa misma moral a su propio interés partidario; porque, al contrario de lo que ella piensa (?), y posteriormente incluso expresa, los fetos de una mujer embarazada no terminan siendo macetas una vez que paren. ¿O sí?

Este feminismo de cuota proabortista, que es capaz de indefinir la propia vida humana con tal de legitimar sus propias directrices ideológicas, olvida que la moral no es sólo un conjunto de normas sociales arbitrarias de quita y pon, sino que conforman y, por tanto, reflejan unas normas de conducta y, sobre todo, unos determinados principios y deberes hacia uno mismo y hacia los demás. El aborto no es un derecho que de forma unilateral le pueda corresponder a la mujer, olvidando no sólo los intereses inherentes al padre, sino también al no nacido que, aunque no quieran reconocer, posee una estructura biológica individual que queda desprotegida y, por tanto, desamparada frente a la mera voluntad de una de las partes.

El derecho de la mujer a la libertad y a la autonomía personal no debería estar reñido con el derecho que el nasciturus tiene a no ser considerado como una molestia o un inconveniente o una carga que fastidia el supuesto bienestar y tranquilidad de la mujer embarazada; ni debería dar pie para que el pijerío progre de salón que nos desgobierna decida instaurar un sistema legal que invite al aborto como simple solución a un supuesto conflicto de intereses; y menos aún que, para aligerar o tapar algún que otro remordimiento de conciencia, se inventen una categoría biológica hasta ahora inédita, como lo son, por lo visto, aquellos seres humanos que por el mero hecho de tener catorce semanas de vida no tienen asignación de especie conocida.

¿Será acaso que los ideólogos del progresismo de izquierdas, conocedores de que el aborto es poder, han instaurado como consigna de su "nuevo estilo de vida" que la mejor solución para que no haya pobres, enfermos, disminuidos físicos y/o psíquicos es eliminarlos antes de nacer? Claro que, ya puestos, podríamos añadir gitanos, judíos, homosexuales? ¿O acaso pretenden implantarnos el aborto forzoso, como en China, donde ya se eliminan sistemáticamente a los segundos hijos recién nacidos? Todo es cuestión de tiempo y de que sigamos instalados cómodamente en la aceptación de los "nuevos derechos" que el socialismo nos viene vendiendo como modernidad.