VAMOS hacia él, pero con la idea de no dar con su espacio; no aparece; secuestrado está en su círculo, en su academia, lejos, como si las cosas del mundo, aun interesándole, no lo buscaran, no es posible dar con él. Efectivamente está emboscado.

En un mundo manidamente globalizado, donde lo pequeño apenas sí existe, el intelectual sometido a la influencia de lo banal, ¿tiene algo que decir? ¿O quizás se siente amparado por las ondas del silencio, o, tal vez, se sitúa en una pugna ya de antemano perdida, por lo que lo único que cosecha en esta zafra es su personal insatisfacción?

¿Quién es hoy intelectual y así se considera o lo consideran?

La revista "The Nation" convocó en el año 1981 un congreso de intelectuales y aparecieron en un hotel de Manhattan cientos y cientos de personas que se consideraban a sí mismas intelectuales.

El debate se dirigió alrededor de esta definición y desde los acaloramientos del mismo se intentó descifrar a quién se podía considerar como intelectual. La conclusión a la que se llegó fue cero ya que se llegó a la devaluadísima conclusión de que intelectual era aquel que había emborronado alguna que otra vez alguna que otra cuartilla.

Y los que son, que están ante este marasmo de estolideces, quedan apartados, emboscados. Y ahí siguen.

Habrá que decir que el intelectual, el que así se considera, está en el dique seco y sometido, si es que es serio en sus devaneos mentales al borde no de un ataque de nervios, pero sí instaurado en una depresión galopante.

El intelectual hoy está en horas bajas. Basta asomarse a cualquier medio, y si es televisivo mejor, para darnos cuenta de quiénes son los que sientan cátedra, y que desde la atalaya de la estulticia se creen poseedores de la gracia y de la alegría inusitada que les embarga al ensoñarse que han dado en el clavo.

El intelectual se esconde, se aparta de la memez, y así se confunde todo, porque todos son confusos; unos y otros se creen acreedores de un concepto que no tienen. Se quedan en loros o en papagayos recogidos en el silencio de sus voces que no dicen nada, sólo son retumbo de sí mismos, de sus miserias incontrolables.

El intelectual, el que crea ideas, se refugia dentro de sí, es la soledad quien lo acompaña; es la mediocridad de los otros lo que le sobrepasa y la pobreza de una sociedad de la imagen la que asume que es eso lo dominante y que la letra, la buena letra, la que es capaz de marcar caminos, continúa en la oscuridad porque al intelectual no se le admite, se le desdibuja, se le trastoca y se le considera como un espécimen a extinguir.

Y desde esa vertiente, el intelectual, nuestro querido intelectual, está en una encrucijada muy difícil de llevar y de muy difícil salida. Se nota, raptado de sí mismo, emboscado dentro de la sordidez de un mundo que no lo estima.

Pero hay que decir que mientras eso siga así esta situación será dolorosa para todos porque el hedonismo y la bobaliconería continuarán dominando y su ausencia se dejará notar para que diga verdades como puños, pero que no interesa saber. Es preferible el artificio, el sofisma, la retórica y los argumentos vacíos para llenar la conformidad de la gente.

Yo no sé si, al menos por los poderes académicos, se pudiera hacer algún tipo de manifiesto para ordenar lo que está desordenado, y me refiero concretamente al manejeo de la opinión, para que esta sea eficaz y encauzada en beneficio de una mejor conceptualización de las cosas y para que sean voces plenas de autoridad las que se oigan, y no la majadería de los de siempre, emborronadores de cuartillas y de micrófonos opacos que creen tener poder en la opinión. Y lo tienen. Pero por desidia de los que poseyendo el conocimiento de las cuestiones, dejan que irrumpan en el espacio que les pertenece con el chalaneo, mientras él, el intelectual continúa emboscado. Y eso no debe ser así.