Mi fraternal respuesta para todos los sacerdotes que celebramos este año las Bodas de Oro o de Plata en el servicio del Señor en nuestra Diócesis nivariense.

YA HACE muchos años que leí un libro con este interrogante de título sobre la misión de los sacerdotes. Todavía hoy gran parte de la nuestra sociedad sigue manteniendo esta curiosidad y con cierta desvalorización de los servicios sacerdotales en los tiempos presentes.

Por las circunstancias que me ha tocado vivir, tanto en mi larga vida religiosa hospitalaria como en los 25 años que estoy cumpliendo de vida sacerdotal aquí en Tenerife, he podido constatar el valor positivo que merece el servicio de los sacerdotes a una gran parte de personas, de todas las categorías culturales y sociales de nuestra sociedad.

Y ¿para qué sirven los curas? dan las apreciaciones siguientes, como respuestas, entre otras. Los curan sirven:

Para escuchar los interrogantes, los miedos, las insatisfacciones e incertidumbres de tantas personas que abandonaron un día a Dios, en el que no podían o no acertaban a creer, y acompañarles en la búsqueda del verdadero rostro de Dios en Jesucristo.

Para sembrar un poco o mucho de esperanza en tantas personas que viven sin horizontes, sin saber qué sentido dar a sus vidas, llenas de cosas y con el alma vacía.

Para denunciar modestamente, pero con libertad y sin depender de las consignas de ningún partido político, las mentiras, injusticias, manipulaciones, violencias y superficialidad de nuestras vidas.

Para compartir las inquietudes de los jóvenes, entender sus aspiraciones, comprender sus contradicciones y acompañarles en su soledad orientándoles hacia el mensaje de Cristo.

Para defender los derechos humanos que todos defienden e, incluso, los que hoy muchos apenas defienden, como es el derecho a nacer y a vivir, a la vida interior y al silencio; el derecho a ser aceptado con sus cobardías y pecados, el derecho de todo ser humano al amor y a la solidaridad de todos, el derecho supremo a buscar a Dios.

¿Y para qué más sirven los curas?

Para estar dispuesto, con la ayuda de Dios, para ser santo, modelo de conducta personal para todos sus fieles.

Para responder a la vida sacerdotal y la perseverancia en ella; es la invitación permanente a la santidad. Ser santo significa que somos de Dios en todo. No se nos pide que seamos más o menos, sino que, tal como somos, seamos de Dios. "Esta es la voluntad de Dios: que seáis todos santos". (1Tes. 4, 30). Y en el cumplimiento de la voluntad de Dios está la santidad, que se expresa en la predicación y en todos los demás servicios apostólicos, propios de los sacerdotes.

Para seguir el camino que comienza para todos: sacerdotes, religiosos, religiosas, cristianos seglares, por el sacramento del Bautismo, que nos hace hijos de Dios. Todos, por tanto, somos llamados a la santidad, desde su propia vocación. La santidad es de todos y es para todos.

Para vivir el dolor y el amor. Es nuestra propia vida, que va girando sobre su propio eje, cuyo polo norte y polo sur son el dolor y el amor. El dolor, que lo producen los pecados que cometemos; todos somos pecadores. Y el amor, el que nos une a Dios y al prójimo, que es donde está y crece la santidad.

Vamos todos, de verdad, a ser santos, pero ¡ya! de una vez para siempre. Hagamos de la fe cristiana un programa de vida. Y así, cuando llegue el momento duro de la tentación o de la lucha, del dolor y de las pruebas, que la esperanza en Dios nos sostenga sabiendo que se acaba todo, como se acabaron Getsemaní y el Calvario, y que llega el triunfo, la resurrección y la gloria para siempre. Seamos personas ¡no tengamos miedo! Decididamente dispuestos a sólo dar gusto al Señor: Que queremos ser santos, que podemos ser santos, que debemos ser santos.

Que, con la gracia de Dios y nuestra fidelidad, seremos santos. Que este sea el compromiso de todas las personas: sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos seglares que hayan celebrado o celebremos este año las Bodas de Oro o de Plata en sus respectivos estados.

* Capellán de la clínica S. Juan de Dios