UN COMPONENTE de la identidad del tinerfeño es su acendrado catolicismo. Su amor a los santos tradicionales, al Cristo de La Laguna y a la Virgen de Candelaria.

Es un catolicismo cercano al mito. Quizá al fanatismo, mezclado con el folklore propio en cada localidad. Un catolicismo tocado de alegría bullanguera, adobado con nuestra música tradicional, con las folías, isas y saltonas que evocan al alma triturada, entre la alegría y la tristeza, donde se juntan las papas de la tierra con el gofio, y la carne de cochino en adobo, todo el magnífico vino canario cantando desde siempre por todos los que lo conocen, hoy, con más de ochenta denominaciones de origen. Todo ello trae consigo esa amabilidad, nota característica de los hombres y mujeres nacidos en Tenerife.

Las islas tienen su advocación religiosa, y, por eso, son pueblos con capacidad de amar, son pueblos hacia el progreso, hacia su perfeccionamiento.

Y, por nombrar algunos pueblos, empezamos por Guamasa. Y Guamasa de La Laguna, que cuando el verano llega a su cénit; cuando la canícula alcanza su más alta expresión; cuando el descanso estival -"días de agosto, alanceados por el sol"-, que dijera Ortega, parece dominarlo todo, los hombres y mujeres, los ancianos y los niños de Guamasa se alzan de la vacación y de la molicie para honrar a su celestial Patrona, Santa Rosa de Lima.

Entonces, La Cruz Chica y El Boquerón; Garimba y La Cordillera; Majano y La Cañada; El Ortigal y Padilla; La Caridad y Suertes Largas, se hacen camino de peregrinación; camino que los lleva juntos a la Santa, al lado de quienes comparten cada día las alegrías y las tristezas; las esperanzas y las contrariedades de sus devotos.

Entonces, los guamaseros, haciendo un paréntesis en su diario y duro laborar, dejan los aperos de labranza y, después de honrar a Rosa, la flor de Lima, abren las puertas de sus casas y de sus corazones a todos cuantos acuden a su invitación, en su incomparable testimonio de alborazada hospitalidad, ofreciendo, fraternalmente, el pan de la amistad.

Y Candelaria, en Tenerife, tiene Santuario, también uno de los más antiguos de la Isla, que fue dedicado a la advocación de Nuestra Señora. Un pueblo este el de Candelaria con ansias de esperanza. Y la esperanza es una luz encendida en el futuro.

Tenerife, con la llegada del verano, del que su más alta expresión es el mes de agosto -lleno de "días alanceados por el sol", repito, en la atinada frase de Ortega-, se inicia una encadenada serie de fiestas populares en los pintorescos pueblos de nuestro querido Tenerife.

Desde las majestuosas romerías hasta las celebraciones más modestas, se engalana haciéndose en ocasiones ocre y verde, costa y cumbre, monte y playa; poniendo de relieve sus más ancestrales tradiciones festeras, a modo de amorosa guirnalda, en manos de sus hijos, para ofrecerlas a quienes peregrinan a uno de nuestros lugares para sumarse al regocijo y tener ocasión de constatar, una vez más, la hidalguía de quienes hacen de sus fiestas patronales la expresión de su señorío de bien.

Y se olvidan de la crisis, y sólo recuerdan las acertadas palabras de Albert Einstein. "La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo, sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones".