SE HA CELEBRADO en Londres la reunión del llamado G-20, forma publicitaria de denominar a un grupo de países e instituciones que ni es propiamente un grupo, ni está compuesto por veinte miembros; pero eso de G-20 suena bien, así que de este modo se llama a los diecinueve países, más la Unión Europea como tal: este llamémoslo grupo concentra los dos tercios de la población, el 90 por ciento del PIB y el 80 por ciento del comercio de todo el mundo. A sus componentes se unen "ex officio" los máximos directivos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. O sea, que, en realidad, el G-20 son 19 países, más la Unión Europea -algunos de cuyos miembros tienen por esta razón representación doble al figurar entre los 19, como Francia, Alemania, Reino Unido e Italia-, y con alguna propina como España, cuya presencia todavía nadie sabría decir con alguna precisión a qué criterio obedece.

Lo urgente y lo importante se unían en la convocatoria del G-20: hay que encontrar, y cuanto antes, formas coordinadas de hacer frente a la crisis financiera y económica que aflige al planeta entero y que amenaza con un paro mundial escalofriante, el ahondamiento de las diferencias entre países y un empobrecimiento general de dimensiones incalculables.

De esta reunión cabe extraer una conclusión compartida por todos, a saber: es necesario, a falta de otros acuerdos, ponerse de acuerdo en transmitir buenas palabras a la gente. Por lo demás, unos opinan que hay que aumentar la regulación de los mercados financieros; otros sostienen que hay que inyectar más dinero a la economía financiera y no aumentar la regulación, sino simplificarla; los de más allá apuntan a la conveniencia de liquidar los paraísos fiscales. Esta última propuesta no encontró oposición, por tres razones: porque los paraísos fiscales -llamados por los británicos con más realismo "refugios fiscales"- no tienen nada que ver con la crisis; porque son buenas palabras (nadie se atreve a abogar por su permanencia), y porque continuarán existiendo de todos modos, ya que son la inevitable otra cara de la moneda de los sistemas fiscales.

Barack Obama, el flamante presidente de Estados Unidos, ha sido la estrella de la reunión, seguido de cerca por el francés Sarkozy tanto por sus dotes histriónicas como por su espectacular esposa, y los restantes asistentes se han llevado a sus países respectivos la fotografía que inmortaliza su proximidad física al nuevo emperador. Desde el punto de vista de las nuevas ideas o nuevos proyectos conjuntos para enfrentar la crisis, poco se puede decir; en el fondo, las miradas convergen hacia Washington en la esperanza de que una pronta recuperación americana haga de locomotora para el resto de economías nacionales.

Algo, sin embargo, se ha confirmado en esta reunión: pese a las consabidas manifestaciones de los grupos antisistema y las proclamaciones de algunos políticos de que el capitalismo ha muerto, lo cierto es que se ha reforzado la sensación de que sin mercados libres no hay progreso ni desarrollo ni libertades individuales, sino únicamente tiranía y empobrecimiento. Algo es algo.

Imagen y realidad

La semana, en el ámbito doméstico, ha tenido dos puntos de interés sobresaliente. El primero tiene que ver con la realidad, y ha sido la intervención de Caja Castilla-La Mancha por el Banco de España; el otro tiene que ver con la imagen, y afecta de lleno al Partido Popular como consecuencia de las alusiones del juez Garzón a una posible corrupción del tesorero del PP Luis Bárcenas y el eurodiputado del mismo partido Gerardo Galeote.

En cuanto a lo primero, tras el fracaso de las negociaciones para que Unicaja absorbiera a Caja Castilla-La Mancha, el Banco de España hubo de intervenir a esta última para evitar in extremis su quiebra. Ahora se supone que se determinarán las responsabilidades de sus gestores, que podrían insertarse en el ámbito penal. No se descarta que esta intervención conjure el riesgo de la quiebra de esta Caja de ahorros, ni tampoco que ésta sea la primera y la última acción de este tipo que el Banco de España adopte con una entidad financiera. El G-20 se reunirá mucho, pero la crisis es la que es, y las cosas que no hay más remedio que hacer se acaban haciendo.

En cuanto a las alusiones de Baltasar Garzón -que no acaba de enredar en un sumario del que se tendría que haber inhibido hace tiempo-, las salpicaduras sobre Bárcenas y Galeote se han convertido en un problema serio para Rajoy y su partido. De momento, tanto Rajoy como otros dirigentes nacionales del PP apoyan a estos dos aforados, al menos mientras no resulten formalmente imputados por un tribunal. Pero Garzón ha puesto las cosas en un terreno que alimenta, inevitablemente, las maledicencias y las sospechas en los medios desde ahora mismo, antes de que la instancia judicial competente pueda entrar en el fondo del asunto.

Esta situación hace que la urgencia de reaccionar convierta el caso en importante, aun en el supuesto de que todo fuese una pura imaginación de Garzón. Crece la sensación de que Bárcenas y Galeote (pero sobre todo el primero, puesto que Galeote ostenta su cargo por mandato popular) deberían dimitir, aunque fuera cautelarmente, y que todo el tiempo que transcurra sin que dimitan irá en contra de la imagen del Partido Popular, con los efectos electorales que son de imaginar.

Posdata

Las manifestaciones pro vida y contra el aborto en 85 localidades españolas, pero sobre todo la celebrada en Madrid, constituyeron el domingo pasado un clamor social contra esta salvajada consentida por la ley. La ministra de Igualdad recibió a una representación de los convocantes, y la reunión, como era de temer, fue una pura pantomima. El Gobierno se mantiene en sus trece, no va a cambiar una coma de nada de lo que tiene proyectado, y si la gente quiere salir a la calle, que salga; y si hace frío, que se abrigue para no pillar un resfriado.