HACE UNAS CUANTAS semanas, un periodista que durante muchos años ha dirigido un periódico que no es EL DÍA, habló en un programa de televisión de la prueba del diez y se quedó tan tranquilo. "Esto es la prueba del diez de que lo que se dijo en su momento es cierto", comentó refiriéndose a cierto asunto sin mayor importancia. Habida cuenta de que este señor habitualmente va de sobrado -sobrado es un término que emplean los argentinos; los canarios usan otro más contundente-, pensé en dedicarle un artículo para explicarle que, hasta donde yo sé, no existe tal prueba. Es muy conocida, en cambio, la prueba del nueve; un algoritmo que antes se les enseñaba a los escolares para comprobar de forma rápida, y hasta cierto punto sencilla, si se habían equivocado al multiplicar o dividir dos números de cierto tamaño. La prueba, dicho sea de paso porque este artículo no es el lugar más adecuado para exponer interesantes fundamentos de la teoría de los números (y en especial de las congruencias), detecta en ciertos casos un error en el resultado, pero no certifica que éste sea exacto. En palabras entendibles, si da positiva, seguro que nos hemos equivocado; pero si da negativo, no quiere decir que hayamos acertado. Desafortunadamente, dicho test tampoco es capaz de filtrar disparates, aunque sean televisivos. Por eso es posible que un señor, que ha oído campanas pero no sabe donde, suba del nueve al diez y se quede tan tranquilo.

Oír campanas pero desconocer en qué torren tañen es un yerro más extendido de lo que pudiera pensarse. Verbigracia, es lo que le ha sucedido a un apreciado lector cuya carta, publicada ayer en este periódico, agradezco infinitamente. Como no estoy en posesión de la verdad absoluta, y también como la tinta más pálida es mejor que la memoria más retentiva, he releído lo que escribí el día del apagón de Unelco. Lamento comprobar que en ningún momento escribí que Faraday (físico, además de químico) inventase pararrayos. Parece que algunos señores están tan empeñados en encontrar un pelo en la sopa, que cuando no ven ninguno empiezan a mover agitadamente la cabeza hasta que les cae un pelo en la sopa. Qué le vamos a hacer.

Hablé de Faraday y de los rayos porque el pararrayos es un elemento sencillo y eficaz en unos casos, pero en otros no. En cierta ocasión vi la torre de un silo, con su correspondiente pararrayos muy bien instalado en la parte superior, partida por la mitad debido a una descarga eléctrica. Para evitar estas cosas, en lugares un poco complicados, o con instalaciones importantes que proteger, se emplea un dispositivo llamado jaula de Faraday. Se trata de un enrejado metálico, instalado alrededor -aunque no necesariamente visible- de los edificios que por su situación son susceptibles de que los alcance un rayo con cierta frecuencia. Si no me cree, apreciado lector, y le ruego que no me crea, consulte la Wikipedia. Como enciclopedia no es nada del otro mundo, la verdad sea dicha, aunque para cosas elementales va bien. En cuanto a la falta de respeto por el Congo, estimadísimo señor, le ruego que relea lo que escribí y no caiga en acusaciones manoseadas; con esas actitudes ya no se liga ni un constipado, por muy de moda que estén.