CREO que las golosinas, que ahora algunos "afrancesados" llaman chuches, están peor vistas y más controladas por los padres y educadores. Hay más información, más cultura y por lo tanto mayor capacidad para dosificar los consumos que de esas vainas hacen los chiquillos, porque como los dejes se meriendan enteras hasta veinte pastillas de goma y después nada consistente. "¡Cómete el potaje de una vez! ¡Una cucharada más!". También las consumen los adultos, cuidado, son irresistibles y pierden por ellas hasta el apetito: "¡Golosa, que eres una golosa!", y sin dientes la tía. Antes casi nadie tenía conciencia de los importantes daños bucodentales y de nutrición que su consumo excesivo puede producir y lo mismo te mandabas un cuarto kilo de caramelos de cristal, masticado "crack crack", como si fueran mercorchas.

En cuanto a los chicles -goma obtenida de la savia dulce y aromática del árbol "Manilkara zapota", de la familia de las sapotáceas y originario de México, América Central y América del Sur tropical-, tengan ustedes en cuenta que si los tiran a las calles se convierten en circulitos feísimos y focos de infecciones que hablan mal de los habitantes de la ciudad. Ya esto formó parte de un debate social hace años, pero se ve que no tenemos remedio. Los ayuntamientos hacen lo posible pero quedan los pegostes o sus marcas y las islas están llenas de vías cargaditas de restos. Vamos mejor, pero aún bastante cochinitos.

Me acuerdo de los bazokas rosados, duros como piedras y grandes como cajas de fósforos, atrapados boca abierta y mandíbula batiente en la completa irreverencia juvenil. "¡Tira ese chicle, te he dicho!" y ¡pumba! a la calle. Traían un papelito de historietas que se coleccionaba e incluso podías hacerte socio de un club Bazoka por el que accedías a una serie de regalos que en esos tiempos eran tremendamente atractivos. Mira tú, boberías relacionadas con la cultura americana que se imponía en actos cotidianos de desafío inconsciente y despreocupación teóricamente occidental y de moda.

Hoy siguen existiendo los doblemint, ya de muchos sabores, y recientemente, para el descaro inmaduro, han aparecido nuevos astros "Five", que todavía no he probado ni creo probaré. Actualmente pueden ser para el mareo, para adelgazar quitando el hambre, para blanquear los dientes o con nicotina, para que abandones otros de los abundantes hábitos impuestos por los yankies. En este caso convertido en desgracia. La de fumar.

La historia nos da fe de que, en la antigua Grecia, en Egipto e incluso en la Prehistoria, se mascaban resinas de árboles y plantas con propiedades medicinales. El origen actual se remonta a las selvas del sureste Mexicano y el norte de Centroamérica, en una región que se conoce como el Gran Petén, donde hace más de dos mil años floreció la cultura maya.

El lanzamiento moderno a los mercados masivos internacionales tiene fundamento en una curiosa anécdota del tirano ex presidente de México D. Antonio López de Santa Anna. Dicen que durante su exilio en Nueva York, Santa Anna conoció a un ingenioso fotógrafo de apellido Adams y que un día se enfrascaron en una conversación de cómo producir un material más elástico, resistente y barato para el tema de los neumáticos de carros. Eran los tiempos de investigación sobre el caucho. Entonces vino a cuento esta resina que los indígenas habían mascado por años, pero la propuesta era mezclarlo con un tipo de hule. La idea original resultó un fracaso y después de un año de pruebas el señor Adams se dio por vencido, aunque quedaba entullo de material. Para no desperdiciarlo, el hijo del Sr. Adams lo ofreció a algunos boticarios a lo largo de la costa este de Estados Unidos.

La primera caja de chicles Adams se vendió con el color original y sin sabor. El negocio creció con tanto éxito que en 1879 un comerciante de Louisville, Kentucky, ya vendía una resina endulzada como golosina. Este mismo ordenó un cargamento de chicle mexicano y lo endulzó originando la primera marca competidora de Adams: la Colgan.

Después se añadieron jarabes y, de unas formas u otras, el invento empezó a conquistar mundo. En los años cincuenta se descubrió un polímero sintético neutro, que sustituyó a la base natural o savia de siempre. Como con la cochinilla. Plástico puro.

No regresemos a la manía de tirarlos donde tranquemos. ¡A sus papelitos y a su contenedor!