A LOS TRES DÍAS de conocerse los resultados de las elecciones gallegas y del País Vasco, cuando se está negociando la nada fácil transición en Euskadi, que en España estamos pasando por la más dura crisis económica; en la que a diario son muchos los españoles que se quedan sin trabajo, y son demasiadas las familias víctimas del paro, no me sorprende que la señora o señorita Aído, ministra, virtual, de Igualdad, presente el documento final de la Comisión de Expertos del Gobierno que, si prospera, en la práctica da "barra libre" al aborto en nuestro país.

Lo que sí me deja anonadado es que en el citado texto se insta al Gobierno a facilitar que las chicas de 16 años puedan abortar "sin necesidad de contar con el consentimiento de sus padres". Como otras muchas personas, no justifico ningún supuesto en el que se pueda acabar con la vida de un niño que late en el vientre de su madre. En la actualidad hay infinidad de alternativas mucho más humanas, civilizadas y generosas para hacer frente a un embarazo no deseado: los extraordinarios avances en la medicina, en el caso de una malformación en el feto o riesgo para la vida de la madre.

Pero lo que realmente es preocupante respecto a este tema es que las adolescentes -porque no me da la gana decir "adolescentas"- puedan abortar "por libre" a los 15 ó 16 años. Pienso que los miembros de la citada comisión, después de seis meses de reuniones, no han querido tener en cuenta lo que es la adolescencia, no deben de haber tenido hijas adolescentes o desconocen el trabajo "a pie de aula" con chicas y chicos de esta edad.

En estas edades se aprecia en los adolescentes una clara maduración mental que se refleja en el alto desarrollo de la capacidad intelectiva. Además de tener una mejor capacitación para el pensamiento abstracto y, a la vez, una mayor posibilidad de reflexión. Todo ello suele ser más acusado en las chicas porque son más precoces. Pero, al mismo tiempo, existe un cierto desequilibrio con respecto a su maduración afectiva, porque las emociones, los sentimientos y las pasiones desbordan. La adolescencia es un proceso de maduración personal en el que con relativa frecuencia se dejan llevar por diversos estados de ánimo que les dificultan ver con claridad qué es lo que realmente quieren. A más de una chiquita de esta edad le he oído comentar: "Sé lo que no quiero, pero no sé lo que quiero". Claro que todo esto pasa, gracias a Dios, con los años y con mejores resultados si existe una ayuda positiva por parte de sus padres.

Favorecer o alentar las "relaciones sexuales" en la adolescencia me parece una falta de responsabilidad o de sensatez, no lo digo por ser una inmoralidad. A unas personas que están en un proceso de ajustar su engranaje biológico con su mundo afectivo para alcanzar una auténtica madurez humana de su sexualidad no se les puede fundir el engranaje, cuando todavía les falta madurez afectiva, porque así se le funde para toda la vida.

Por otro lado, para que las menores puedan casarse, necesitan del consentimiento paterno o la autorización judicial, además de que la ley les impone determinadas limitaciones en la capacidad de obrar. Personalmente, soy partidario de elevar la edad para poder contraer matrimonio, puesto que cada vez hay más disfunciones conyugales por inmadurez de uno o ambos cónyuges.

En conclusión, la ampliación de la ley del aborto es un grave ataque a la familia. Los cambios introducidos por el comité de expertos hacen posible una nueva intromisión de las instituciones públicas en los derechos y deberes de la patria potestad de los padres al eliminar el consentimiento y promover y potenciar el distanciamiento, la desconfianza y el desamor entres padres e hijos; y tratan de configurar un nuevo sistema, reduciendo a los progenitores a unos meros proveedores de bienes y servicios.

¡No! No podemos permitirlo. Los padres somos o tenemos que ser mucho más. Les hemos dado la vida a nuestros hijos y les queremos con toda el alma, por lo que debemos educarles en un clima de cariño, confianza y comprensión, para hacer posible un diálogo auténtico donde sea posible una mejora personal, respetando siempre su libertad. Es algo a lo que, mientras tengamos aliento, no se debe renunciar. ¡No podemos callarnos!

* Orientador familiar y profesor emérito del CEOFT