"MACHISMO, ni galante", leo en una pancarta feminista sacada a la calle durante las manifestaciones de estos días. Supongo que a partir de ahora si le cedo el paso a una señora en una acera, o la dejo que pase delante al entrar en algún lugar, o si me levanto de un asiento en el tranvía para que lo ocupe ella, seré considerado reo de machismo. Como los años me han enseñado a curarme en salud, hace tiempo que cuido el lenguaje al respecto. Ni una palabra amable con una compañera de trabajo, ni una broma de buen gusto -¿hay bromas de buen gusto?; por supuesto que sí, y diría que casi son la mayoría-, ni nada que pueda interpretarse como la menor deferencia hacia el sexo opuesto, no sea que alguien lo entienda mal -y siempre habrá alguien predispuesto a entenderlo mal- y acabe en un juzgado acusado de machismo. Por bastante menos han intentado linchar moralmente a más de un alcalde, al editor de este periódico y hasta un par de redactores porque se les escaparon unos versos que alguien consideró ofensivos para las personas que no tienen la piel blanca. Cosas de nuestro tiempo.

Tengo la suerte -en realidad, no sé si es una suerte o una desgracia, pero tampoco me apetece discutirlo ahora- de haber pasado más de treinta años conviviendo cada día con otras personas a las que sólo me unía una mera relación laboral. Tiempo suficiente, en cualquier caso, para ver como algunos individuos se pasaban con sus compañeras. A veces, y eso era lo que más me repugnaba, haciendo uso de su autoridad en el entorno laboral. Pero siempre fueron pocos; lo suficientemente escasos para no juzgar a la mayoría con el mismo rasero. Individuos, por lo demás, que siempre me parecieron penosos, porque soy de los que creen que un ligón que se precie de sus habilidades debería ejercer su arte en una discoteca, en una playa y hasta en el cumpleaños de un amigo -es decir, en lugares de libre concurrencia, donde cada cual es dueño de permanecer o marcharse-, pero no en una empresa donde se debe ir a cumplir una tarea y percibir un sueldo justo a cambio. Algo que en este país seguimos sin entender, esencialmente porque en España la mayoría de los ciudadanos van a su trabajo -los que todavía lo tienen- a hacer vida social; la productividad es secundaria.

En este aspecto, nada tengo que objetar al mensaje de la mencionada pancarta. La galantería que sirve de biombo a un machismo latente no es admisible en los tiempos actuales. No obstante, también me parece absurdo el propio feminismo. El mero hecho de seguir dedicando una fecha específica a celebrar el Día de la Mujer, de la mujer trabajadora, de la mujer ama de casa o de cualquier tipo de mujer está fuera de lugar en una sociedad, como la nuestra, sustentada en la estricta igualdad de derechos sea cual sea el sexo de la persona. Analizado en profundidad, estamos ante un disparate equivalente a celebrar el día de la persona honesta, sea hombre o mujer. Las personas deben ser honestas sin necesidad de fecha que se los recuerde, y a las que no lo son se les aplica la ley con sus previstas sanciones. Lo demás es rizar el rizo o justificar sueldos, como los que cobra la ínclita Bibiana Aído, ministra de la Igualdad -especialmente la idiomática- y sus bien pagadas colaboradoras.