El debate ya se produjo con anterioridad y parecen definidas las pautas que quiera la mayoría de los dos millones de habitantes de este archipiélago.

El modelo de crecimiento "in contenido" de carreteras y cemento no es la foto de lo que nos gustaría para el futuro. Ha quedado claro, y la mayoría de dirigentes, gestores, partidos... así lo asumen, que continuar degradando el medio perpetuamente, convirtiendo a las Islas en ciudades continuadas de Norte a Sur, de Este a Oeste, no cuenta con el apoyo mayoritario y sólo puede defenderse en base a los egoísmos particulares de cada cual y en cada sitio.

Es más, incluso desde un punto de vista económico general y a medio plazo, hemos convenido que la mejor fórmula de intentar sobrevivir en este mundo mutante y depredador es mantener, no incrementándolo demasiado, el punto de degradación natural que ya hemos alcanzado en las décadas precedentes. Los tiempos actuales de recesión pueden poner encima de la mesa algunos replanteamientos de proyectos. En tela de juicio, obras en las que parecía que iba aparejado el bienestar de muchas familias

Hágase, pues. En cualquier caso, tengamos cuidado, apliquemos moderación y mesura de equilibrio, porque nuestro complejo económico y social tiene que mejorarse, modernizarse y ampliarse en la medida de lo necesario y posible. Del siglo XXI. Una cosa no tiene por qué ir reñida absolutamente con la otra. Adelante con las dos. Podemos manejar ambos puntos de vista, sopesándolos continuamente. Conste entonces, y no sólo por eso, que también hay que buscar mayor amplitud y nuevos campos o caminos en los que desarrollar actividades que nos den de comer. La economía canaria tiene actualmente un solo motor definido, el turismo, y evidentemente no es suficiente.

El sector primario, mal defendido en épocas pasadas (cuando el transporte se subvenciona en todas las plataformas económicas mundiales), tiene que ganar posiciones y escalar fuerza. Tiene que pasar a ser otro generador alternativo y no un simple alerón en el desarrollo de esta tierra. No vale con el plátano, el tomate y retales sueltos. La ganadería, la acuicultura, las flores y plantas, la apicultura, la papa, la medianía, la vid y los caldos. Todo eso es riqueza necesaria y fundamental. Tiene que contar con más apoyo y protección, aunque sólo sea para abastecer mercados propios y cercanos. Ya importamos bastante de todo lo demás.

No es de recibo que industrialmente seamos tan extremadamente parapléjicos y que contabilicemos tan solo un 8% de porcentaje en PIB, cuando la posición con respecto a África y Sudamérica nos faculta para centralizar producciones en mucha mayor escala. Cuando por muy atrasado y en desarrollo que se esté, la cifra del 20% es la realidad de otras muchas islas de nuestra envergadura poblacional. Hay que doblar la capacidad de producción.

Dicho lo cual, la tremenda suerte es que tenemos una naturaleza agradecida y esplendorosa. Aun todos los atentados y desaguisados, aun el desprecio dilapidador con que se la ha tratado en los últimos años, la regeneración y el verdor brotan nuevamente. Viene la primavera y con ella la confirmación de que este archipiélago es un paraíso.

Una muestra: entre Santa Cruz (tomando hacia la autopista del Sur) y Añaza, después de la gasolinera Texaco y hacia el mar, por debajo de la autopista, todavía en el mismo término municipal hay una franja enorme de terreno visible desde la mal trajinada salida sur y en plena capital con un espacio que ya ha sido muy maltratado, en el que se observan escombros, gomas, vallas, hierros, materiales de construcción? desperdigados, sueltos, tirados por aquí y por allí. Si usted se da una vuelta, caminando observará una capacidad de regeneración y grandeza natural a prueba de bombas. Por muy belillos que seamos, la naturaleza canaria, "erre que erre", seguirá tapando nuestras vergüenzas y múltiples errores. Es un manto, inagotable y obcecado, que está dispuesto a plantar cara a la depredación humana. Hay canteros preciosos, barrancos con abundancia de cuevas, llenas de naturaleza virgen y remansos de aguas en hilitos perpetuos que abastecen bañaderas en las que perfectamente puede darse un buen chapuzón de agua dulce. Cascadas en caídas sorprendentes, riscos increíbles, caletas desconocidas... Vaya, vaya... hay un acantilado y hay playa.

Todo esto sucediendo a tres kilómetros costeando desde el Parque Marítimo, en pleno centro de una urbe que, sumada en sus diferentes esquinas, empieza a rascar el medio millón de habitantes.