La amistad es uno de los sentimientos más hondos y más nobles que mueve a los humanos, como estos días nos viene contando en su "blog" un conocido escritor tinerfeño. Y eso, la amistad, fue lo que nos forzó a abandonar una pensión como nunca volvimos a tener, aunque entonces ni lo sabíamos ni lo sospechábamos. Pero a un compañero canario, más joven que nosotros en la estancia en la pensión, le subieron media peseta al día la pensión y entonces otros dos, también tinerfeños, justamente indignados, hicimos causa común con él y, muy dignos, eso sí, nos fuimos los tres al albur de nuevos lugares en aquel frío y desapacible Madrid donde empezaba ya a sentirse algo tremendo para los estudiantes de entonces: el hambre. Los dos primeros años después de la guerra (40 y 41) fueron tolerables, pero ya en el 42 la cosa empezó a flaquear. La comida era escasa y a veces poco comible, a base de verduras que decían "berzas", pocos huevos y un pan que estaba hecho Dios sabe de qué, duro como una piedra y que, al tiempo, se deshacía como polvo. Un misterio gastronómico. Y empezamos la moda, si nos invitaba a comer alguien que venía de Tenerife, de comer antes en la pensión. Me acuerdo una vez que vinieron Pepe Calzadilla y su mujer Maruca Ramírez, que me invitaron y lo que pedí fue algo que hacía siglos que no probaba: huevos fritos con papas fritas.

Pero la amistad es la amistad, y dejamos aquella Pensión con "P" mayúscula, con su sacerdote y sus licenciados haciendo oposiciones, entre ellos los hermanos Gálvez de Granada que estaban haciendo los estudios finales de dentista. Y dejamos aquel barrio con su Ateneo de Madrid, las Cortes que estaban cerquita, el Teatro Español, el bar donde solía ir don Santiago Ramón y Cajal y donde fue también don Blas Cabrera, el teatro de la Comedia con el recuerdo de José Antonio, la calle Cervantes donde vivió Lope de Vega y donde estaba el convento del que era capellán el compañero de pensión, pensión por la que por aquellos días pasaban gran cantidad de judíos que venían huyendo de Europa e iban camino de embarcarse para América. Y hasta un buen día recuerdo que se nos presentó en la pensión un señor con su reciente esposa, la mar de guapa y elegante, que no le habían terminado el piso y estuvo allí unos días. Resultó luego ser nada menos que Gabilondo, el famoso medio internacional y doctor en Medicina, de aquella famosa media del Atlético Aviación que formaron nada menos que Gabilondo - Germán - Machín, un canario en la media, al menos. Como igualmente por aquellos días nos llegó otro esposo joven, con una mujer bastante mas alta que él y extranjera, que al cabo de los años vino en resultar ser nada menos que don Emilio Alarcos, catedrático de la Universidad de Oviedo, académico de la Lengua y a quien se debe la "Gramática de la Lengua Española" de la citada Academia y que todos los españolitos, especialmente los que le dan a la pluma, deberíamos tener al lado mientras escribimos. Por allí debió seguir pasando gente que luego tuvo relevancia en la vida nacional, ya recuerdo al respecto muchos años después, unas declaraciones del que fue ministro de Industria y luego de Hacienda en el primer Gobierno socialista de Felipe González, Carlos Solchaga, quien comentaba que había estado residiendo en esa pensión de la calle del Prado.

Pero muy dignos y decididos nos fuimos Carlos Díaz, Eloy Sansón y yo a una pensión en la calle Nicasio Gallego, en un entresuelo, donde nos acompañaron también Alfredo Matallana y su primo Paco Cabrera, aquél intentando ser ingeniero y éste en oposiciones, creo que a Aduanas o algo parecido, lanzaroteños ambos y además parientes por la rama Cabrera. De una pensión de dos pisos y llena de personas, a una de entresuelo en la que nos encontramos también a otras personas mayores, como un escolta (con pistola y todo) de un alto jefe nacional de Falange (el camarada Suevos) que había venido a Madrid desde Galicia y otro nuevo compañero, que creo trabajaba en Sindicatos, Fausto de nombre, siempre medio malo del estómago y persona seria y amable. Recuerdo algo así como 40 años después ver su esquela en el ABC de Madrid. Regentaba la pensión una mujer más bien joven y agraciada, en una casa seria y tranquila como corresponde a aquel barrio, muy próxima a la iglesia del Perpetuo Socorro, en la cercana calle Manuel Silvela, que es donde íbamos a misa, iglesia que no he vuelto a visitar sino hace unos pocos años con motivo de un funeral que allí se celebró. La zona no ha sufrido grandes cambios, excepto por una subestación de Unión Eléctrica Madrileña que ya no existe, como tampoco la empresa que acaba de comprar Gas Natural. Sólo estuvimos allí un año, en el que me cogió una movilización general, me imagino que motivada por la situación de la Guerra Mundial, que terminó con nuestros huesos en el Cuartel de Ingenieros de la Ciudad Universitaria.