CUANDO el 28 de agosto de 1963 Martin Luther King, al final de la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, gritó a los miles y miles de compatriotas que le escuchaban "I have a dream" ("tengo un sueño"), para añadir a continuación: "Que mis hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel sino por su reputación", intentaba contribuir, con la liturgia y el poder de la palabra, a cambiar, mejorándola en lo posible, la realidad que en esos momentos le oprimía y le atenazaba algo más que el corazón.

El sueño, casi una pesadilla para su pueblo, ha durado más de lo que él esperaba y ansiaba, aunque el despertar de ese sueño haya sido, sin duda alguna, glorioso y mucho más realista de lo que nunca llegó a soñar; al llegar, uno de los suyos, un hombre de raza negra -aunque en realidad sea mulato, ya que es hijo de una mujer blanca norteamericana y de un hombre negro de Kenia-, a la cúspide del máximo poder de los Estados Unidos de América.

Pero, siguiendo la esperanza y el deseo del padre del sueño americano, no seamos nosotros quienes comencemos a juzgar al nuevo líder, el señor Barack Hussein Obama, por su pasado o por su color. En realidad y parafraseando a Churchill, el presidente Obama no deja de ser ahora mismo un acertijo, dentro de un enigma, envuelto en un misterio. Lo que sí es cierto es que a los dirigentes políticos hemos de medirles y juzgarles no tanto por lo que dicen o por lo que prometen, sino más bien por lo que hacen; sobre todo, por lo que deciden y hacen en tiempos revueltos e inestables como los que estamos viviendo en la actualidad.

Para empezar, ha comenzado su mandato haciendo referencia a los valores tradicionales que conforman las raíces de cualquier sociedad libre y democrática: esfuerzo, trabajo duro y bien hecho, orgullo como pueblo, patria, bandera, religión, esperanza, confianza, símbolos, historia compartida, autocrítica, emoción, decencia y dignidad, coraje, complicidad, sentido de la responsabilidad tanto individual como colectiva, lealtad, libertad, la nación y el pueblo por encima de ideologías y de partidos?; vamos, igualito que en la España de Zapatero.

Ha comenzado su mandato dejando claro que no van a pedir perdón como pueblo por ser como son; a la vez que ha pedido sacrificio y esfuerzo, más que prometer soluciones específicas. Los gurús de la mercadotecnia suelen decir que es de las crisis de donde surgen las mejores iniciativas y las soluciones más importantes; las cuales nos sirven para intentar transformar la realidad que nos atrapa. Pero debemos tener cuidado de no caer en la arrogancia y creernos que, desde el poder, se puede o se debe planificar la economía; porque siempre se termina planificando e interviniendo en la vida de los demás. Hay que tener cuidado con el uso indebido que se haga de la ingeniería social, no vaya a ser que, al final, los inversores terminen desconfiando de la intervención de la propia Administración pública.

Está bien que el presidente Obama se haya dirigido en su discurso inaugural a los corruptores sociales, indicándoles que "a los que se agarran al poder por la corrupción y la mentira y silencian al que disiente sepan que están del lado equivocado de la historia?". Pero no se le debe olvidar al presidente que la responsabilidad de la Administración es, precisamente, inspeccionar y vigilar que esto no suceda. El problema surge cuando los propios vigilantes que deberían controlar a los posibles corruptores, a su vez, son corrompidos por la avaricia del poder y del dinero fácil. No obstante, el mejor camino para enfrentarse a esta pesadilla pasa, precisamente, por generar confianza aliviando el propio peso del Estado; ya que, si se libera el ahorro, se podrá al menos financiar la recuperación económica tan deseada por todos.

Dicen los profetas políticos que hemos entrado en una nueva era; incluso se atreven a llamarla la "era de la responsabilidad", con la intención de que nos sirva como un nuevo camino hacia delante; de forma que nos conduzca a establecer alianzas sólidas y duraderas que recuperen, en lo posible, la unanimidad de aceptación de la sociedad americana, sobre todo, en lo referente a las iniciativas que puedan llevar a cabo sus dirigentes.

Por lo demás, ahora nos hayamos inmersos en una trayectoria positivista gracias al discurso del presidente Obama, que nos ha demostrado cómo la liturgia democrática de la palabra, puede seducir a las masas. Ha sido capaz de enfatizar el rito político del discurso como medio de transmitir a la población las propias virtudes de un sistema que es capaz de reconocer y de valorar como positivo, el pacto social expresado a través de la palabra; y lo ha hecho resaltando la responsabilidad del compromiso moral que, a partir de ahora, le une con su pueblo. Ha sido capaz de, partiendo de un intenso y vibrante discurso de contenido político pero también religioso, poniendo a Dios como testigo, jurando el cargo sobre la Biblia, y respaldado nada menos que por un "Padrenuestro", mostrar y destacar el orgullo de un pueblo y, por extensión, las propias virtudes del sistema que, hoy por hoy, es insustituible y que ansía perseguir la felicidad de las personas. ¡Menudo ejemplo para los demás pueblos! Y, sobre todo, qué ejemplo para algunos políticos que andan por aquí, y que son incapaces de transmitir a su pueblo aunque sea un atisbo de esperanza.

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