TODO TIENE una primera vez. En mi caso, recuerdo con cierta precisión que sucedió en la Plaza de Toros, en una tarde de lunes de Carnaval, en la década de los 70, soleada al comienzo y desapacible en su caída. Un tablón sobre dos burras conformaba la mesa para el jurado, en este caso del certamen de murgas, del que formaba parte mi padre, artista polifacético que durante años ejerció como humorista gráfico en las páginas de EL DÍA, además de ser el autor de unos cuantos carteles de las fiestas de nuestra capital. Ayudado ahora por la consulta a la hemeroteca, constato que fue en 1972, cuando yo tenía 9 años de edad. Fue la primera vez. Ocho murgas participaron en aquel concurso, además de la Ni Fu-Ni Fa, que por entonces ya actuaba al margen del pódium de galardonados. La organización corría a cargo de la Delegación Provincial de Prensa, Propaganda y Radio del Movimiento, pues de alguna manera, con arreglo a los tiempos, se trataba de poner "orden" en la crítica de aquellas agrupaciones. No obstante, según pude constatar con el paso de los años, en contacto con algunos de los protagonistas, la autorregulación (mejor, autocensura) fue norma habitual entre los letristas. Sólo los mejores, los más astutos, lograron burlar al censor de turno. Cada una de las ocho murgas interpretó dos temas. Como era preceptivo dejar sobre la mesa del jurado cierto número de cancioneros con las letras, tuve ocasión de hacerme con uno de cada grupo para seguir ''de pe a pa'' todo lo que cantaban aquellos señores. Y si los temas musicales elegidos estaban de moda, sonando machaconamente en la radio, mejor. Era la manera ideal de seguir el concurso desde aquella posición, al lado del jurado, como si se tratase de un karaoke. Al llegar a la plaza, en el regazo de mi padre, me llamó la atención que alrededor de la posición que iba a ocupar el jurado se situaban varios efectivos de la Policía Nacional, con sus uniformes grises característicos. Tuve que esperar a que finalizara el certamen para entender el motivo, entendiendo ya que eran los ángeles de la guarda que me acompañaban cada noche, al rezar el "Jesusito de mi vida". Porque la expresión en el rostro de varios espectadores que se encararon con el jurado, en desacuerdo con el fallo, daba un poco de miedo. Al menos para mí, seguramente porque nunca antes vi algo parecido. Aquel concurso fue ganado por Los Diabólicos, que era verdaderamente una murga que infundía miedo, por la potencia y expresividad en sus interpretaciones, bajo la dirección de Fernando Yanes. Los premios de consolación se los repartieron la Afilarmónica Triqui Traques, de Rafa González, y Los Desamparados, del veterano Luis Gangueu. A todos ellos, igual que a Enrique González y Tom Carby, con su patada al aire, pretendí imitar en adelante, cancionero en mano, cada vez que jugaba ''a las murgas'' con mis amigos del colegio. Con el tiempo, ya metido en lides periodísticas, tuve la suerte de tratar a todos y de reírnos, hablando de aquella primera vez.